El escritor Ignacio Martínez de Pisón regresa de nuevo a la España de la transición y a las familias rotas en su última novela Derecho natural. En el libro, que presenta esta tarde a las 20.00 horas en la Fundación Luis Seoane como parte del ciclo Somos lo que leemos, el autor dibuja, entre heroína, ausencias y películas de serie B, un relato de perdedores; el personaje que, dice De Pisón, todos acabamos representando en la vida.

-Vuelve a la transición, una época que ya ha tratado en muchas de sus novelas, ¿por qué ese afán por hablar de esos años?

-Eran los años en los que me estaba construyendo como persona, y también los años en los que España se estaba haciendo. Fue un momento en el que, de que no pasara nada en el país, empezó a pasar de todo, y a los novelistas nos gustan las épocas en las que pasan cosas.

-Eligió como voz narrativa a Ángel, ¿por qué decidió que estudiara derecho?

-Necesitaba dotarse de unas herramientas para juzgar lo que había a su alrededor, para juzgar a sus padres, que eran bastante desastrosos, y para delimitar las culpas de unos y otros. Me parecía que la carrera de derecho le podía proporcionar asesoramiento.

-¿Y a usted le asesoró alguien? Porque hay muchos conceptos de derecho en la obra.

-Estudié primero de Derecho, aunque dejé la carrera, pero existía la asignatura de Derecho natural. Y tengo un hermano que es catedrático de Filosofía y Derecho. Con todo eso, lo que me interesaba sobre todo era reflejar ese momento en el que la España de la democracia estaba a medio hacerse, y como se crea un vacío legal en el que tú tienes unos derechos que sin embargo no puedes ejercer. Y, a partir de esas lagunas, en qué medida afecta a una familia en la que hay una crisis conyugal. La mujer, desprotegida por la inexistencia de la ley del divorcio, va a interpretar la justicia de una manera subjetiva y el marido también lo hará, hasta que finalmente se apruebe la ley y cambien las cosas.

-También cambia ella, se convierte en una mujer independiente. ¿Quiso reflejar ese despertar femenino de la época?

-Sí, de hecho me parece que el cambio en el papel de la mujer es el cambio histórico más importante que se ha producido en España, cómo la mujer pasa de ser considerada menor de edad durante el franquismo, a ser una persona que tiene ya los derechos para empezar a luchar por su igualdad.

-Para retratar esos cambios, narra hechos muy tratados sobre la transición, pero también alguno un poco más curioso, como el secuestro de Demis Roussos, ¿por qué quiso incluirlo?

-La historia del imitador de Demis Roussos me pareció que situaba la historia en el registro en el que yo quería moverme, un registro de humor sobre la derrota: el perdedor que se gana la vida imitando a un cantante olvidado. En el fondo los derrotados nos caen simpáticos y en mis novelas siempre ha habido perdedores, los triunfadores no me interesan.

- ¿Por qué?

-Porque en la vida todos somos perdedores, los triunfadores no tienen complejidad. La experiencia del fracaso es la que te hace más complejo y a mí lo que me importa en una novela es construir personajes complejos, meterme en su alma y ver qué hay dentro.

- Entonces asoció a Rossous con el padre de Ángel porque son dos perdedores. En este caso, incluso un perdedor a la fuga.

-Sí, un pícaro, un hombre que hace las cosas sin medir si puede hacer daño a otras personas. Y a pesar de todo, creo que el hombre cae bien, quizá porque no hay maldad, simplemente irresponsabilidad.

-También porque usted no lo juzga.

-Intento no juzgar, mirar a los personajes en sus momentos de celebración y de derrota. Si ves a un personaje a lo largo de todos esos capítulos, es imposible no quererlo, porque es alguien al que has conocido a fondo. A veces conocemos mejor a los personajes de las novelas que a las personas que nos rodean en nuestra propia vida.

-A pesar de sus constantes, en su próxima obra no mirará a la transición, sino a la primera mitad del siglo XX.

-Sí, es un proyecto que tenía desde hace unos años. Me voy a tomar un respiro de la ficción y voy a escribir un libro sobre un estafador en el que no habrá nada inventado, sino documentado. Es otra de mis pequeñas pasiones: ser no un novelista, sino un historiador.