El declive que asolaba a España había llegado también a la ciudad de A Coruña en aquel año de 1817. El absolutismo había abolido todos los avances y libertades de la revolución liberal y sus líderes habían sido reducidos a mártires. Porlier había sido ejecutado dos años antes y Lacy sería fusilado ese mismo año -unos meses después de que ocurriera la historia que vamos a contar- por su participación en la conspiración constitucionalista en Cataluña. Era un tiempo en el que se ensayaban los primeros levantamientos independentistas en algunos países de América, una circunstancia que acabaría acarreando un serio deterioro del comercio con Ultramar, y que los próceres coruñeses supieron aprovechar para dedicarse a la trata, un negocio mucho más lucrativo.

Las murallas se habían quedado estrechas para contener a la población coruñesa, que había dado un importante estirón y crecía por la Pescadería y el Orzán, y a las casas se les echaba un piso más para hacer frente a las necesidades habitacionales de la urbe, que empezaba a asfaltar sus calles y a multiplicar sus fuentes para mayor salubridad.

Ese era el ambiente en el que tuvo lugar la historia de Jacinta de No, una costurera coruñesa que, al acabar su trabajo y, cuando salía de coser en una casa, se vio atacada por dos mujeres. El hecho, ocurrido el 4 de enero, fue motivo de una denuncia dirigida al Gobernador Político y Militar, entonces la máxima autoridad de la ciudad.

Una de las dos mujeres abofeteó a Jacinta de No -que así se llamaba la denunciante- y la insultaron de mala manera. Llamaron a la pobre costurera, que era soltera, nada menos que "descompositora de matrimonios y soldadera". Lo peor, vaya: se dedicaba a robar maridos y a entretener a los soldados.

Jacinta de No explica en su escrito que las atacantes la esperaban en el portal de donde salía de coser "con deprabada (sic) intención".

"Jacinta de No, de estado soltera, con el debido respeto a VE expone: que saliendo la que expone de su trabajo de costurera (que ejerce) de la casa del señor de Luanco la noche del día 4 del mes de la fecha le estaban esperando a la puerta de dicho señor con deprabada intención Ángela Pulleyro, mujer de Ramón Ruso, de oficio zapatero, que habita en la calle nueva del Orzán número 119, y Francisca Carril, mujer de Mariano Balo, de oficio espadero, que también habita en dicha calle, número 57, las que sin más fundamento que un pretexto mal fundado acometieron a la que expone las dichas Ángela y Francisca llamándola descompositora de matrimonios y soldadera, dándole al mismo tiempo una bofetada la predicha Francisca", reza la denuncia de Juana de No ante el Gobernador.

Por fortuna, el incidente no fue a más, explica la propia perjudicada, gracias a la intervención de un esclavo de color que pasaba por el lugar junto a su señora: "Y hubiera pasado a más -continúa la denunciante- a no defenderla el Negro de la Señora de Fuertes que la acompañaba".

Según la costurera, las dos mujeres "buscaban ocasión de vengarse" -no explica de qué- y afirma que "fueron testigos de lo expuesto el referido Negro y las criadas del mencionado Señor de Luanco [de donde salía de trabajar], que, al oír tan escándalo, salieron a ver qué sucedía a su puerta".

"Y, siendo la que expone de una conducta ajustada, sin que hasta el presente se le haya notado cosa que desdiga a su estado, como lo hará constar si fuera necesario, suplica a VE. tenga a bien tomar las providencias que juzgue oportunas según en Derecho de Justicia a que haya lugar, que pido con costas".

A los tres días, comparecieron ante el Gobernador, quien concluyó tras escuchar a ambas partes que era "cierto" cuanto había expuesto la costurera, por lo cual, no solo obliga a las denunciadas a pagar las costas del juicio, sino que "manda que la Ángela Palleyro y Francisca Carril honren inmediatamente a la Jacinta de No", y "las previene que a sucesivo no se propasen a semejantes atentados" .