Mariano Rajoy ha dicho que, en política, hay que hacer lo que él hace: "las cosas a lo grande fijándose en lo importante y sin ocuparse por los chismes". Todo el mundo vio en esto una alusión a que lo importante es, lo que él llama, la economía y los chismes son esas noticias, verdaderas o falsas pero de muy poca importancia, que pertenecen a la rumorología del vecindario y tratan de indisponer a unos contra otros. También se entendió que con "chismes" se refería a las noticias sobre la dimisión del Fiscal Anticorrupción y sobre los intentos de controlar, desde el PP y desde las mafias corruptas, puestos claves de la Judicatura para paliar o eludir la acción de la Justicia. Visto así, como efectivamente se vio, la cosa causó escándalo, aunque no sorpresa, conocida la tendencia de Rajoy a sacar hierro a la corrupción y restarle importancia cuando afecta o salpica, como en la mayoría de los casos, a su partido y a su Gobierno. Es natural el escándalo. Sin embargo, a mí lo que más me preocupa y alarma es esa llamada de Rajoy a "hacer las cosas a lo grande", porque es ésta una expresión nada inocente y muy connotada con el mundo criminal y de la corrupción. Expresa la aspiración del chorizo y pequeño delincuente a dar el golpe definitivo, el pelotazo, la gran operación; es la expresión de la gran ambición, de la extrema codicia que no se conforma con latrocinios de bajo nivel y con la que se desprecia la corruptela, al carterista o al que no pasa del timo de la estampita. "Hay que hacer las cosas a lo grande" entiende el que acaba de salir del talego, donde aprendió que no sale a cuenta ser choricillo de baja estofa. "Ahora hay que hacer cosas a lo grande" sueña el politiquillo que aprendió cómo se cobran favores. Es lo que siempre se dice antes de dar el gran golpe. A lo grande, como los Pujol, Urdangarin, Granados, Ignacio González y tantos otros. Y aún entre los grandes el personal constata diferencias: No es lo mismo Granados, más chapuzas, que Ignacio González, más sofisticado.

Yo sé, naturalmente, que el Presidente no quiso, ni por asomo, decir estas cosas, pero sí cometió el grave error de utilizar exactamente las mismas palabras de los que lo dicen y lo piensan. Hay palabras que carga el diablo.