Era la única mujer en la redacción y la escogieron a ella para dirigir La Vanguardia en el peor momento, cuando estalló la Guerra Civil y su antecesor, Agustí Calvet, Gaziel -gran cronista de la Primera Guerra Mundial desde París-, huyó al exilio para salvar el pellejo. Tras el golpe de Franco, la Generalitat se incautó del periódico y el comité obrero que se hizo cargo del diario se empeñó en poner al frente a la periodista coruñesa María Luz Morales, que pasó a la Historia como la primera directora de una cabecera de prensa española.

Tenía fama de profesional seria y de buena compañera, y los trabajadores fueron a su casa a pedirle que aceptase el cargo. Los amigos le advirtieron de que era más peligroso decir no que aceptarlo. "Accedo, pero con una condición", dijo a sus colegas: "Conozco perfectamente la técnica del periódico. Tendré cuidado de la marcha de la redacción? Pero si acepto es solo con carácter provisional. En cuanto a la parte política, tiene que llevarla otro. Solo haré periodismo".

Terminada la guerra, fue desposeída del cargo e inhabilitada como periodista. Pasó mes y medio encarcelada en un convento de monjas y no fue rehabilitada hasta dos años de morir, en 1978, cuando frisaba los noventa.

Un episodio lejano "del que ni me arrepiento ni me enorgullezco", diría muchos años más tarde con humildad: "Un simple acto de servicio -difícil y espinoso, sí, es cierto- al que era mi periódico".

Pese a la inhabilitación, continuó escribiendo y publicando libros. Firmaba como Ariel y Marineda, el nombre que Emilia Pardo Bazán puso a su ciudad natal, A Coruña, donde María Luz nació en 1898 y pasó su infancia en el seno de una familia acomodada, con un padre funcionario de Hacienda, que fue destinado después a Andalucía y, finalmente, a Barcelona.

Comprometida con la República y el galleguismo -participó en Barcelona en la campaña a favor del Estatuto de Autonomía de 1936- hizo historia también por ser pionera de la crítica cinematográfica. La Academia Galega do Audiovisual instituyó recientemente unos premios con el nombre de María Luz Morales.

Vinculada a Galicia durante toda su vida, presidió la Asociación de Escritores Galegos en Barcelona, participó en actos con Risco, Otero Pedrayo, Blanco Amor o Cunqueiro y dejó testimonio de su admiración por Concepción Arenal, Pardo Bazán y, sobre todo, Rosalía Castro, por ser la voz de las mujeres "ignoradas y humildes".

Muerto su padre, tras la Primera Guerra Mundial, se vio obligada a trabajar. Aunque estudió Filosofía y Letras y aspiraba a ser escritora, se volcó en el periodismo. Dirigió desde 1921 la revista El hogar y la moda; en 1923 empezó a colaborar también en La Vanguardia y, tres años después, en El Sol, donde tenía una página semanal sobre La mujer, el niño y el hogar.

La Vanguardia le encargó una página semanal sobre cine, que firmó con el seudónimo de Felipe Centeno, personaje galdosiano. El gerente de la Paramount se fijó en sus crónicas y la llamó. Cuál no sería su sorpresa al encontrarse con una mujer joven y elegante. La nombró asesora literaria de las películas de la productora americana. Al llegar el cine sonoro, se dedicó también a adaptar guiones, mientras continuaba ejerciendo la crítica de teatro en el diario.

Fue amiga de María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas de la Institución Libre de Enseñanza, que la puso al frente de la homóloga barcelonesa.

Y nunca dejó de publicar libros. María Luz Morales Godoy cultivó todos los géneros literarios y sus obras teatrales fueron estrenadas con éxito. Fue laureada dentro y fuera del país y escribió hasta el fin de sus días en el Diario de Barcelona. Dejó un nutrido legado: ediciones de clásicos para niños, una historia del cine, libros sobre la moda y la evolución del peinado, y títulos como Las mujeres de la revolución, V oz y silencio en la obra de André Maurois, La poesía popular de Lorca, Molière y las mujeres...