Dicen que vuelve el ladrillo. Es como si nunca aprendiéramos, ni siquiera en cabeza propia. Para tranquilizar al gato escaldado suelen decirnos que esta vez será un crecimiento razonable, moderado, sostenible. Como si todos se hubiesen hecho de repente rendidos discípulos del gran Epicuro. Lo del 2008, nos explican, fue una burbuja en la que el furor especulador dilató sin medida el gas en el interior del globo y la película exterior saltó por los aires. Pero ahora, añaden, ya no será así y se impondrá el equilibrio y la moderación. ¿Quién nos explica estas cosas? Pues los que pretenden volver al negocio del ladrillo o sus portavoces, mejor o peor pagados. Personalmente no me creo nada. El sistema o modelo de vida, y de vida económica por tanto, que entre todos nos hemos otorgado tiende, de suyo, a la burbuja y a la expansión agresiva del gas en su seno. De hecho en pleno estallido de la burbuja del ladrillo en 2008, con las demoledoras consecuencias sufriéndose, no dudamos en empezar a inflar otras y nuevas burbujas que muy pronto nos estallarán en las narices. Pensemos en lo que nos está pasando con el turismo: el gran negocio, sobre todo para algunos, y que presentamos urbi et orbi con orgullo y como señal de excelencia de lo que se llama "marca España", que viene a ser la gran referencia del neo-patriotismo o, quizá, patrioterismo. El negocio turístico es hoy la gran burbuja asentada en nuestro suelo patrio y que empieza a presentar síntomas de insoportable presión sobre la película superficial del globo. Se nota en Ibiza, Barcelona, Madrid y, prácticamente en toda la costa de la España del sol. O se rebaja la tensión, o el tinglado revienta. Y no es la única burbuja reventona: Ahí están la supuesta alta cocina y la gastronomía, las comunicaciones y los negocios de las redes o el fútbol, que no paran de inflar sus propios globos. Por no hablar de la gigantesca burbuja global del consumo que puede llegar a cuestionar la sostenibilidad de la humanidad misma.

Yo no sé si la misma vida será una burbuja que, desgraciadamente, siempre acaba estallando. Sería el crak, el crash, el crac o, por mejor decir, la quiebra de la propia existencia individual y, de seguir así, también de la colectiva.