Supongo y espero que ninguno de nuestros políticos volverá al descanso vacacional tras los criminales atentados en Cataluña. Un acontecimiento de estas características cambia inexorablemente la agenda política y requiere el máximo rendimiento de las instituciones. Se impone ahora el análisis de todo lo acontecido. Con todo rigor y sin caer en la tentación de barrer para casa, porque eso siempre mete la basura dentro. La ciudadanía, en su conjunto, ha reaccionado como otras veces: con solidaridad, con profunda empatía con las víctimas, con calma y serenidad y con un muy notable equilibrio en juicios y valoraciones, apuntándose a la unidad de todos, en una eficaz defensa propia colectiva. Unidad exigida desde el primer momento por la opinión pública y estimulada y celebrada por, digamos, la opinión publicada. A esta demanda han respondido adecuadamente nuestros políticos, nuestros partidos y las instituciones, eso sí, tras superar pronto y afortunadamente una inicial tentación partidista que, de cristalizar hubiera supuesto una gran catástrofe política y social y, en consecuencia, se hubiera dado cumplimiento a los objetivos cardinales del terrorismo. Parece, por tanto, que esta primera reacción social, política e institucional ha fortalecido nuestra convivencia, los valores democráticos, las libertades y la defensa de los derechos de las personas que son, justo, los valores que delimitan el espacio de la unidad de los demócratas. Por todo ello nos conviene a todos defender siempre este espacio de unidad donde es posible y beneficioso gestionar nuestras diferencias y libertades en un buen estado de salud democrática. También por todo ello es imprescindible evitar la tentación de confundir la unidad con la uniformidad, que son contradictorias. Tentación en la que es muy fácil caer, sobre todo, cuando se está en el poder. La unidad fortalece la democracia y la convivencia, la uniformidad las destruye. La unidad de los demócratas es imprescindible precisamente para reconocer y gestionar, en paz y sana convivencia, todas las legítimas diferencias que nos enriquecen, que esto es, precisamente, lo que el terrorismo trata de destruir.