Nunca un hombre hizo tanto por las mujeres como Carl Djerassi, el científico que en 1951 inventó la píldora anticonceptiva. También hizo lo suyo en las dos décadas siguientes la farmacéutica coruñesa Maruja Panisse, que en los oscuros años del franquismo fue una excepción. Su farmacia, en la calle Fonseca, vendía anovulatorios sin receta a los estudiantes de la Universidad compostelana, sin temor a represalias por incumplir la legislación, que impedía dispensar la píldora sin prescripción médica.

La dictadura caminaba hacia el ocaso y Santiago, hacia la modernización. Llegaban los ecos de la revolución sexual y los universitarios gallegos, que empezaban a rebelarse y tomar calles y facultades, descubrieron que "hacer el amor", como entonces se decía, no consistía solo en ligar y pasear por las rúas o la Herradura tomados de la mano.

Las mujeres habían tenido acceso, por fin, al antídoto contra el embarazo -una revolución- y hacían lo imposible por beneficiarse del invento. En ese Santiago, sede única de la Universidad gallega, puso farmacia, en la calle de Fonseca María del Portal Panisse Ferrer -Marisa Panisse- que con el correr de los años llamarían la boticaria da liberdade .

Maruja Panisse nació en A Coruña en 1914, en el seno de una familia ilustrada y republicana cuyos orígenes paternos provenían de Tolón, en la Provenza mediterránea. El primer Panisse que llegó a España -a Cartagena- fue su bisabuelo, quien vino acompañando a un hermano suyo, señalado partidario del rey Luis XVII, perseguido en los enfrentamientos entre realistas franceses y las fuerzas republicanas y revolucionarias de la Convención.

El abuelo de Maruja, Miguel, militar, no llegó hasta mediados del siglo XIX a A Coruña, donde se casó con Clara Serrano Casanova, de Neda. Su hermano Eugenio fue el gran organizador de la primera Exposición Universal de Barcelona, en 1888, mérito poco reconocido.

Uno de los hijos de Miguel Panisse, Francisco de Paula Panisse Serrano, matrimonió con la coruñesa María Ferrer y de la unión nacieron cuatro hijos, la mayor de los cuales fue Maruja. La familia vivió en distintas casas de la ciudad: San Andrés, el Orzán y la plaza de María Pita. Pasó los veranos en Almeiras y en O Burgo. En el verano de 1936, al estallar la guerra, su padre ayudó al desalojo de los niños de las Colonias de la Institución Libre de Enseñanza y al reencuentro con sus familias.

La futura farmacéutica estudió en el colegio de las Josefinas y en el Instituto Eusebio da Guarda, donde tuvo profesores que le dejarían profunda huella, como Ángel Blázquez, con el que descubrió el placer de leer. Impartía Geografía e Historia y llevaba a las alumnas al campo para que tuvieran contacto con la naturaleza. Las animaba a ahorrar para comprar libros y en el futuro tener una biblioteca. Otro profesor fundamental para Maruja fue Gonzalo Brañas, científico, inventor y colaborador de Torres Quevedo, quien la promovería años más tarde para cubrir una plaza de Matemáticas en el instituto.

Maruja llegó a ser farmacéutica por azar. Bueno, más bien por el golpe de Estado de Franco, que obligó a la República a suspender las oposiciones que preparaba al Ministerio de Gobernación. Pensó entonces en estudiar Biología, pero eso supondría ir a Madrid y la familia no estaba muy boyante. Luis Díaz, compañero del Eusebio da Guarda y que sería el padre de las Díaz Cabanelas, grandes amigas suyas, le sugirió que hiciese Químicas en Santiago. En la Universidad compostelana frecuentó el ambiente galleguista y conoció a Enrique Ríos Suárez, un químico comunista con el que acabó casándose.

En 1937, recién licenciada, regresó a A Coruña y estudió Magisterio mientras impartía clases en prácticas en el instituto Da Guarda y, más tarde, en el colegio de las Josefinas y en la academia del arqueólogo Ángel del Castillo.

Concluido el Magisterio, se casó con Enrique Ríos y, por cuestiones laborales, se trasladaron a vivir a Santiago. En una casa con huerta del Castrón Douro nacieron sus tres hijas, Maruja, Adela, María del Carmen, Menani, y un hijo, Enrique, Pancho, farmacéutico también, hoy al frente de la farmacia Panisse en el barrio de Fontiñas.

En 1952, ante la enfermedad coronaria de su marido, Maruja decidió estudiar Farmacia y poner una botica en la Rúa de San Pedro, que cerró al morir él. En 1957, tras licenciarse, abrió la Farmacia Penisse en Fonseca, 4, tránsito obligado para los universitarios.

"Tenía mucha personalidad. Recomendaba a los estudiantes que no tomasen centramina pero sí les vendía sin receta la píldora y les decía a las chicas que la tomasen y no hiciesen tonterías", cuenta ahora su hija Menani, quien asegura que la dispensaba desde principios de los años sesenta y que nunca tuvo problemas con las autoridades ni la molestaron: "A veces los inspectores le decían que tuviese cuidado".

"Yo no era consciente de todo esto; fue el político Camilo Nogueira quien un día me dijo que en Santiago era muy difícil conseguir la píldora en aquel tiempo y que ella no ponía trabas", afirma Menani, que ya casada, en los setenta, fue abroncada cuando ella la solicitó, y se la negaron, en una farmacia situada en el Cantón Pequeño de A Coruña.

Así eran las cosas entonces...