Hizo ayer 50 años que en la Quebrada del Churo (Bolivia), caía herido el Che Guevara. Trasladado a la escuela del pueblo de La Higuera, tal día como hoy hace ya medio siglo, el Che es ejecutado sin juicio alguno por orden directa del presidente boliviano, Barrientos. Orden que fue inspirada, supervisada y, diríamos hoy, "monotorizada" por la CIA a través de su agente Félix Rodríguez, que era quien transmitía las órdenes a los militares. Aquel día murió el guerrillero y nació el mito perdurable que hoy sigue alentando movimientos, acciones y sueños que, en realidad son bastante diferentes a los suyos, tanto en los fines como en los medios, pero que seguramente brotan de una misma sed de justicia, de equidad y de libertad.

En 1986 tuve la ocasión de viajar a Cuba y allí conocer a un primo lejano, descendiente de parientes míos que por los años veinte del siglo pasado habían emigrado a la isla caribeña. Mi primo era un cuadro administrativo medio del Banco Nacional desde los tiempos de Batista y, al triunfar la revolución de Fidel, tuvo la oportunidad de conocer personalmente y muy de cerca a Che Guevara, que fue designado presidente del Banco Nacional. Me contó Regino, así se llamaba mi primo, que él tuvo varias sesiones de trabajo directas con el Che porque éste, "culto y bien preparado" (son sus palabras), desconocía sin embargo la mecánica bancaria, técnica y administrativa, y necesitaba ponerse al día. Mi primo, que no era fan de la revolución y sí bastante crítico con ella, aunque le reconocía logros y valores, me mostró sin embargo una notable admiración por la figura del Che y no tanto por su trabajo revolucionario o en la dirección del Banco Nacional, cuanto por su actitud vital: "El Che", me dijo, "inventó el foquismo para extender la revolución a América Latina y él abandonó el poder y las comodidades y se fue a Bolivia. Fue consecuente. Esto no lo hacen políticos y revolucionarios falsos que viven como burgueses y millonarios".

Me asaltó hoy este recuerdo, quizá por echar mucho de menos la coherencia en nuestros políticos, que se hartan de reclamar el cumplimiento de la ley mientras se la saltan, la manipulan o la bordean fraudulentamente. Sin el menor escrúpulo.