El filósofo y profesor Javier Sádaba ha hablado sobre el dolor, desde una experiencia reciente: la pérdida de su mujer, que le evidenció el "sinsentido" del sufrimiento. Su esposa Elena, a la que "quería por encima de todas las cosas", se fue hace dos años y medio. Pero ayer, volvió a existir. Al menos en su recuerdo para los asistentes a la conferencia Vivir muriendo, morir viviendo. Sentida y dolida, su conferencia coincidió con el primer día de las Xornadas de Filosofía del Grupo Aletheia que se extenderán hasta el jueves.

-¿Por qué cree que vivimos muriendo y morimos viviendo?

-La vida y la muerte están como una sombra la una de otra. Es decir, que no hay una vida y después la muerte. La muerte nos pisa los talones desde el principio. Yo no soy creyente en nada y pienso que la vida es un suspiro entre dos nadas. Si hubiera podido elegir entre venir o no venir a este mundo, hubiera elegido que no. O, dicho de una manera más clara, creo que no merece la pena vivir la vida, que no tiene sentido. Ahora bien, una vez que uno está en ella, tiene que tratar de sacarle el máximo jugo posible... Una cosa es que la vida en sí misma me parezca carente de sentido, y otra, que me ocurra lo mismo que con mi hijo: yo no quería ser padre, pero una vez que tuve a mi hijo, ha sido la mayor delicia y gozo. Yo creo que, si la vida no tiene sentido, que probablemente no lo tenga, al menos hay que vivir como si mereciera la pena vivir.

-¿Qué hacemos en la vida?

-Quiero hacer una incursión en un tema importante, que es el "inmortalismo" con inteligencia artificial o la biología sintética en esta ponencia. ¿Hasta qué punto podemos ir prolongando nuestra vida? El sentido de la vida se lo tengo que dar yo, me la tengo que jugar. Hay una serie de características de cuáles son las cuestiones más positivas para vivir bien.

-Por interés general, ¿podría hacer una lista de ellas?

-Primero, saber las capacidades que uno tiene; saber qué habilidades y conocerse. Luego, poner en marcha esas potencias. Y la amistad, la voy a poner por encima. Todo lo que uno haga, da juego a esta vida. Pero poniendo por delante que, mientras no tenga salud, vas mal. Hay millones de cosas que nos pueden hacer estar mucho mejor mientras uno vive.

-¿ Y cuando uno muere?

-Ahí lo que yo hago es una defensa de la eutanasia. Tanto en términos clásicos, desde el concepto de la libertad: yo soy el titular de mi cuerpo y como a mí nadie me ha pedido permiso para venir a este mundo, yo no tengo que pedírselo a nadie para salir. Así como por el dolor: el sufrimiento inútil hay que limitarlo a toda costa. Se trata de un prejuicio religioso que tenemos. El dolor no es creativo, eso es un mito a pesar de todo lo que se ha dicho. La libertad es lo último que nos queda. Y hay que respetar al máximo la libertad del individuo. Los cuidados paliativos están muy bien, pero no quitan el derecho a la eutanasia, que debe de ser legislada e introducirse en la ley para que no sea penada de dos a cinco años, al igual que el suicidio asistido, de seis a ocho. Si no se cambia la legislación, ayudar a morir puede entrañar muchos riesgos.

-En Galicia se hizo tristemente célebre, por pionero, el caso de una niña de Noia, cuyos padres lograron que fuese desconectada de una máquina que la alimentaba para mantener su vida de forma artificial.

-Conozco ese caso directamente, porque estaba en televisión, debatiendo sobre el caso de esa niña y tuve contacto con los padres. Me parecieron de una finura tremenda. Porque cuando hay un sufrimiento que no tiene alternativa, que es irreversible y doloroso, no hay más remedio que rendirse ante la evidencia; es absurdo. Creo que los padres se portaron muy bien y, al final, lo consiguieron. Yo últimamente ya no quiero convencer a nadie, propongo un pacto de no agresión, es decir que yo no impongo nada a nadie, pero que tampoco me lo impongan a mí.

-Usted ha vivido un reciente la dureza de la muerte de un ser querido.

-Quiero contar la experiencia de mi mujer en Cuidados Paliativos, que fue tremenda. Primero porque el 50% no están cubiertos en España, también porque la preparación es deficiente. En Medicina no es una asignatura obligatoria, aunque la formación de las enfermeras es excelente y ahí es donde ves la enorme necedad de no permitir la eutanasia. Cuando ves que quince días es una porción de edad biográfica mínima, en la que hay estar con analgésicos y sedación, hasta que uno muere. Viví en primera persona una situación absurda. Yo sabía cuál era la voluntad de Elena, mi mujer, a la que quería por encima de todas las cosas y quería que no sufriera. Todo esto no deja de poner de manifiesto lo absurdo de morir viviendo. Es una especie de confesión que me cuesta bastante porque remueve cosas por dentro, pero por qué no decirlo.

-Su mensaje es que el dolor irreversible es absurdo.

-Contra el dolor vale todo. Si no todo, casi todo. Como diría John Milton, "el dolor es el peor de los males" [ Pain is perfect misery, the worst of evils, and, excessive, overturns all patience].