La Justicia es y debe ser como la mujer del César, que había de ser honesta y además parecerlo. Pues la justicia igual: ha de ser independiente y además parecerlo. De no parecerlo, tendrá que estar continuamente utilizando el clásico alegato grotesco del adúltero, en calzoncillos, pescado in fraganti: "¡Esto no es lo que parece!".

Deseo creer y supongo, no sin dudas, que la Justicia, de un modo general y en buena medida, sigue siendo esencialmente independiente, pero de lo que tengo seguridad plena es de que, cada día que pasa, lo parece menos. Tan poco lo parece, que prácticamente todos los políticos se ven obligados a proclamar todos los días la independencia de la Justicia. Una excusatio non petita que se repite hasta el aburrimiento y que cae, patéticamente, en la disculpa del adúltero. Cada vez que los fiscales o los jueces actúan al dictado partidista o gubernamental, siempre saldrá un mandarín en calzoncillos a decirnos que "esto no es lo que parece", que la Justicia en España es independiente. Esto, ahora mismo, ya no se lo cree nadie, como nadie se puede creer que la Justicia realmente sea igual para todos. Aunque fuese cierto que la Justicia es independiente en lo más substancial y esto valga para la fe del carbonero, lo evidente es que no lo parece.

La cosa viene viciada de raíz por el sistema, subalterno de gobiernos y partidos, para constituir los órganos del poder judicial y designar al fiscal general, mucho más del Gobierno que del Estado, como ya sin tapujos nos muestra cada día su titular: José Manuel Maza. Estos vicios los políticos nunca han querido atajarlos y entre los jueces y magistrados hay de todo: los que no quieren y los que querrían pero no pueden.

Con los tortuosos, acelerados y posiblemente deturpados procesos al procés, la apariencia de independencia ha rodado, otra vez, por los suelos. El problema no está en que se meta en la cárcel a políticos, con ser grave problema, sino en cómo se meten: a la orden, con anorexia de garantías, con serias dudas jurisdiccionales, con extraña e inusual celeridad y con tan dudosos atajos procesales que, al final, van a tener que gritar: ¡esto no es lo que parece! Y van a tener que hacerlo en calzoncillos.