Reunió a los mejores pintores del momento de las cuatro provincias: Castelao, Sotomayor, Lloréns, Manuel Abelenda, Carlos Sobrino, Federico Ribas, Seijo Rubio... Fue todo un acontecimiento en la ciudad, que ese año estrenaba palacio municipal. Era 1917 -acaba de cumplirse un siglo- y A Coruña lucía con orgullo su nueva y pomposa casa consistorial, un edificio de traza ecléctica, bastante afrancesado, del arquitecto Pedro Mariño, cuyos salones se abrieron para celebrar la II Exposición de Arte Gallego, toda una exaltación de la pintura autóctona que estaba naciendo. Para los galleguistas constituyó un gran acontecimiento y la consideraron "una efeméride histórica", pues ponía de manifiesto la existencia de una verdadera escuela gallega de pintura.

Organizada por una comisión de artistas, con el patrocinio del Ayuntamiento y el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, la exposición reunió más de doscientos cuadros y casi cuarenta piezas escultóricas, de consagrados y de jóvenes promesas que empezaban a dar a conocer su arte.

Retratos, paisajes gallegos, escenas típicas y gentes representativas de Galicia fueron los temas dominantes de la exposición, que permaneció abierta durante los meses de agosto y septiembre de 1917 y llegó a tener una repercusión inusitada, aunque ciertas discrepancias entre Antón Vilar Ponte y Emilia Pardo Bazán.

El periódico A Nosa Terra, ligado a las Irmandades da Fala, que capitaneaba Antón Vilar Ponte, no tuvo dudas en calificar de "acto solemne" y "trascendente" la muestra, puesto que, en su opinión, evidenciaba "la realidad de una escuela gallega de pintura". "Nos parece la cosa más importante, en el sentido artístico, que nunca se hizo en Galicia. Hablaremos de ella", sentenció. Y claro que se habló de ella.

A Nosa Terra dedicó varios números a hablar de la muestra coruñesa. En un artículo sin firmar se criticaba la obra de Fernando Álvarez de Sotomayor, uno de los organizadores, por dar a sus cuadros una visión idílica de Galicia, una arcadia feliz exenta de conflictos de clase entre los campesinos.

No opinó lo mismo la condesa de Pardo Bazán, quien, con aristocrático acento, puntualizó que "el naturalismo" del pintor ferrolano se basaba en la belleza y no "en el estudio de la fealdad y grosería".

La escritora de Meirás, que tomó parte en el acto inaugural del reluciente palacio del Ayuntamiento, hizo una encendida defensa de los nuevos creadores y de la obra allí expuesta. Pero tenía sus propios puntos de vista y, en un artículo publicado en La Nación de Buenos Aires, escribió al hilo de la muestra que mientras otras regiones de España habían dado grandes pintores, Galicia no. Era más bien tierra de escultores y maestros de la talla antes que de pintores, sostenía.

Reconocía, eso sí, que el nuevo arte gallego era esperanzador gracias a Francisco Lloréns, Sotomayor o Xesús Corredoira, que ya habían dado muestras de su maestría, y a quienes dedicaba prolijos elogios. Doña Emilia apreciaba "la brillantez" de la exposición de A Coruña, que incluso encontraba superior a la celebrada antes en Madrid, y concluía el artículo en estos términos: "Su mejor timbre es que nos aparta de las miserias y discordancias del penoso momento, y nos lleva hacia la eterna luz. ¡Arte, pan sabroso de los escogidos!".

La exposición debía haber sido clausurada por Ramón Cabanillas, autor de Da Terra Asoballada, pero el poeta de Cambados excusó su ausencia por motivos de trabajo. "Lo sentimos sinceramente porque él pondría el broche de oro al certamen, dándole el tono significativo que le corresponde", dijo A Nosa Terra, que volvía de nuevo a referirse a la exposición:

"Fue una de las cosas más serias, más solemnes, más trascendentes que se hicieron jamás en esta tierra. Desde luego, la más hermosa y culta de cuantas pueda haber recuerdo en A Coruña. Fue un acto de galleguismo puro. Un acto sin etiquetas y sin oficialismos enojosos. El primer acto grande, hecho por gallegos para gallegos, sin pensar en políticos de Madrid. Un ensayo triunfal de nacionalismo artístico", señalaba el órgano de las Irmandades da Fala, que calificó de "efeméride histórica llena de luz y de esperanza" la muestra. "Alguna vez tenía que ser", cerraba.

Cada artista había enviado a la muestra varios cuadros y los escultores presentaron más de una pieza. Había cuatro mujeres: las coruñesas María del Adalid, hija del músico Marcial del Adalid y de la escritora Fanny Garrido; María del Carmen Corredoira, Elena Olmos y Montserrat Rodríguez.

Entre otros pintores, figuraron Bello Piñeiro, Bujados, el grabador Castro Gil, Imeldo Corral, González Concheiro, Juan Luis López, Martínez Buján, Víctor Morelli, Enrique Saborit o José Seijo Rubio. Francisco Asorey encabezó la lista de escultores, en la que estaban también, el joven Emilio Madariaga e Indalecio Díaz Baliño.