Hay calentamiento global y estamos en ello. Es ese calentamiento que negaban o aún niegan genios como Rajoy, inspirado por su primo, Aznar o el mismo Trump, sin ir más lejos. Pero hay también otro calentamiento global y, asimismo, estamos en ello, que es la gran guerra global que se prepara y que va progresivamente materializándose en la proliferación constante de las llamadas guerras regionales y que se puede percibir en los preparativos y en las decisiones militares que se están tomando en torno a puntos conflictivos y en la preparación misma de los ejércitos y de estrategias llamadas de defensa. También el terrorismo, al tiempo que se combate, se utiliza para crear un clima bélico en la opinión pública y en los usos y costumbre de la ciudadanía. La raíz de este cambio climático prebélico puede situarse seguramente en el rotundo fracaso del modelo económico neoliberal, hoy hegemónico y global, que está generando grados de pobreza y desigualdad y movimientos migratorios masivos sin orden ni concierto, absolutamente insoportables y, en consecuencia, generadores de violencia. Se está incubando, pues, un clima de guerra, que nos implicará a todos directamente. Los síntomas en la esfera internacional son evidentes e incluso se empiezan a ver aquí en casa. ¿Cómo se explica, si no, que Cospedal se disponga a incrementar en un 80% el gasto militar de un país como España, cuando en lo más vital se recorta todo drásticamente? Incluso se está comenzando a hablar del restablecimiento de la mili, que ya le vale. Pero lo peor es que no se trata de una ocurrencia española, sino de una imposición de la OTAN, que se hizo más apremiante con la llegada de Trump a la Casa Blanca, es decir, que el asunto es global. Y mientras tanto nos entretenemos con Cataluña, que tantas cosas está tapando o difuminando en la bruma. Ya sabemos que, en este primer mundo, nuestros hijos y nietos van a vivir -ya están viviendo- peor que nosotros, pero además, si esto no se para, conocerán de primera mano la guerra como les pasó a nuestros padres y a nuestros abuelos.

Y esto, que pienso, no lo escribo por alarmar, pero sí por alertar, porque solo una opinión pública y ciudadana lúcida, consciente y activa, podría evitarlo.