Una enorme fuente de riqueza pero también un vasto escenario de conflictos, cuyo manejo aprovechan los regímenes represivos ante la pasividad de los Estados libres en una versión actualizada de la guerra fría: eso es internet para James Harding (Londres, 1969), exdirector hasta el pasado 31 de diciembre de Noticias de la BBC. "La ONG Freedom House anunció el mes pasado que la democracia en el mundo está en retirada debido a la guerra informativa abierta por los países totalitarios y ante la falta de respuesta de Occidente", alerta el periodista al quejarse del daño digital que se está haciendo a la confianza en la libertad de expresión en las sociedades abiertas, pero al preguntarse qué hacer, se responde, con total sinceridad: "No lo sé", para destacar a continuación la necesidad de afrontar el problema de forma multidisciplinar, abordando en primer lugar el reto de conseguir una medición objetiva de lo que circula por la Red.

Internet es, en efecto, una revolución con grandes méritos, pero en contra de las expectativas, en vez de redistribuir el poder lo ha concentrado en muy pocas manos. A partir de este diagnostico, Harding, que llevó al prestigioso The Times a ser reconocido en 2009 como el periódico del año por los British Press Awards, se plantea qué hacer ante esa "revolución moralmente desordenada". Para empezar sugiere recurrir a incentivos y prohibiciones que establezcan unas relaciones correctas entre la tecnología y los gobiernos para reconstruir la plaza pública, garantizar la libertad de expresión y apuntalar la democracia.

"Los gobiernos tienen que intervenir para acabar con los monopolios de los gigantes tecnológicos o para establecer unas reglas de juego muy claras si se quiere evitar que ese sector acabe ocupando una posición de privilegio como el que disfrutaron los bancos hace más de una década", propone Harding al participar en el VI Foro Conversaciones Con de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra en colaboración con la Fundación Rafael del Pino.

El debate sobre la necesaria regularización, añade, va con mucho retraso, sobre todo en Europa que toma siempre las decisiones en el último momento. Es verdad que resulta difícil actuar porque la red es internacional pero también porque Silicon Valley es demasiado rico y poderoso para ser domesticado. Ese fatalismo occidental choca con lo que estamos viendo en China, Turquía o Rusia, avisa. "El Estado si quiere puede exigir a las empresas un comportamiento al servicio del interés público y puede también intervenir como hizo el gobierno británico en 1922 creando la BBC por temor a los barones de los periódicos. Hoy el Reino Unido es muy afortunado por tener una BBC que crea un espacio público en el mundo digital, definido por unos fines concretos: un periodismo responsable, un entretenimiento distinguido, un aprendizaje permanente y una experiencia compartida de los grandes momentos de la vida nacional".

James Harding, un periodista convencido de la necesidad de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno y más dispuesto a defender la independencia que la imparcialidad de la profesión, que mantuvo en Madrid un diálogo con un grupo de colegas, entre ellos con Epipress, cree que vamos a necesitar unas redes de servicio público seguras para los niños, donde nuestros datos estén a salvo de problemas políticos y de la explotación comercial así como unos espacios para compartir ideas, aprender nuevas habilidades, reforzar la comunidad y producir debates independientes, todo ello mediante impuestos tecnológicos para financiar una libertad de expresión de interés general. Los gigantes de internet tendrán que crear fondos para fomentar esos espacios abiertos e independientes, augura.

En su opinión, "vivimos el momento más emocionante desde el advenimiento de la televisión para ser periodista" por las enormes posibilidades que nos brinda internet para decir la verdad al poder aunque el ruido de la era digital amortigüe las noticias. Pero esa capacidad requiere reflexión y trabajo, algo que entra en contradicción con la inmediatez que ofrece la red. Firme defensor de las slow news (noticias lentas y trabajadas) para combatir las mentiras, distorsiones y exageraciones que se vierten en internet acaba de dejar para sorpresa de todos el puesto más importante del periodismo británico donde mandaba sobre 8.000 empleados que se comunicaban en 40 idiomas a lo largo y ancho de todo el mundo para embarcarse de momento en solitario en una aventura de la que no quiere hablar pero que según ha trascendido se trata de un proyecto tecnológico en busca de un periodismo de calidad.

Harding alaba sin reservas las inimaginables aportaciones de las redes sociales a la vez que denuncia los estragos causados al facilitar el discurso del odio, la pornografía infantil, la adicción a la pantalla, el saqueo de la privacidad con el secuestro de los datos personales, el comunalismo y la polarización, eludir el pago de impuestos además de sustituirnos por los robots, pero está convencido de que la enorme distancia que separa hoy a Silicon Valley del Estado está a punto de cambiar gracias a la ola regulatoria que se avecina. El periodista, que también trabajó en Financial Times, no se detiene mucho tiempo en las noticias falsas (las llamadas fake news en inglés) pero sí, en algo más peligroso, las noticias basura que buscan la intoxicación con piezas parcialmente verdaderas ingeniosamente ensambladas para disfrazar la historia completa. "Asistimos a una guerra de información, en la que los regímenes autoritarios controlan la tecnología y los medios para combatir la caótica información gratuita de las democracias liberales, mientras Occidente rechina en vez de enfrentarse y poner en orden el funcionamiento de las grandes compañías tecnológicas que de hecho transmiten información", reitera.

"La gente pagará por esa información de igual forma que se suscribe a plataformas de cine o de música" porque se están produciendo ya "cambios evidentes" en el consumo. Igual que ya se paga por Netflix o Spotify se pagará también por un periodismo de calidad que nos exige crear una opinión pública correctamente informada con noticias bien trabajadas, contrastadas y capaces de explicar el mundo en que vivimos", concluye un Harding optimista ante su nueva e incierta aventura periodista en la apasionante era de internet.