El combate, más que debate, en el seno de las derechas españolas es una lucha por saber qué partido de los dos, PP o Cs, dirigirá le gestión del poder político en los próximos años, a las órdenes, como siempre, de los de siempre. La cosa empezó cuando, desde altas instancias del poder económico se consideró necesario una renovación de la derecha y se impulsó la expansión a España del minúsculo partido de Albert Rivera, porque el estallido de las protestas y movilizaciones ante la nefasta gestión de la crisis por parte del PP, requería, recordemos, "un Podemos de derechas". Y así se hizo. La evidente derrota del PP en Cataluña y el triunfo allí de Cs puso en solfa el anterior statu quo dentro de la derecha y desencadenó la actual batalla. Una batalla de ecos medievales, pues se centra de nuevo en "la idea de España", que en los dos contendientes es la misma y presentan como una nueva reconquista, esta vez frente a las fuerzas nacionalistas, periféricas y separatistas y, vete tú a saber, si también frente a los moros. Los dos contendientes ofrecen lo mismo, la misma idea de una España recentralizada que, si no puede ser grande y no es muy libre, al menos siga siendo una. Solo se diferencian en la oferta técnica de la gestión y lo que hace temblar al PP es que en sus propias filas se toma en serio la propuesta de Albert Rivera, empezando por el mismísimo Aznar. La sangre no llegará al río porque, a la hora de la verdad, habrá acuerdo, como lo hay incluso en plena batalla para que el gobierno no escape del control de las derechas. Renace, pues, el grito de "¡Santiago y cierra, España" que, como a Sancho, que no sabía de comas ni de jergas militares, al personal le suena a que muchas cosas se van a cerrar en este país. Regresamos cabizbajos a vetustas esencias que siguen oliendo a incienso y sangre. Parece que no amainan los vientos de Trento y volvemos siempre a las contrarreformas; que no encajamos la frustración del 98 y seguimos sin saber qué cosa es España; que no rescatamos los restos de todos nuestros muertos y seguimos sin cerrar nuestra guerra civil. Y todo ello porque las derechas, la una y la otra, han sido incapaces de moverse de aquel "¡Santiago y cierra, España!" que Sancho tampoco entendía. Todo huele a viejo, a muy viejo.