El próximo domingo de pascua podría emitirse el siguiente comunicado: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el secesionismo catalán, las fuerzas nacionales constitucionalistas han alcanzado sus últimos objetivos políticos. El procés ha terminado. Madrid, 1 de abril de 2018".

Analistas solventes opinan que la política del PP recurriendo ante el Tribunal Constitucional el Estatuto Catalán, que había sido aprobado por los Parlamentos de Cataluña y España y refrendado por los catalanes, y el "cepillado" impuesto al Estatut, fueron determinantes en el crecimiento del secesionismo y en la conversión de autonomistas en separatistas, al romperse el consenso alcanzado en el 78. Y puede haber verdad en ello.

Dicen algunos expertos que el secesionismo catalán no calibró la verdadera dimensión del poder del Estado y creyó o trató de hacer creer que, con la simple presión cívica y democrática y la desobediencia civil a las leyes del Estado, la República catalana estaba al alcance de la mano. Este error de cálculo llevó a la derrota al independentismo, apoyado por prácticamente la mitad de su población, y a la cárcel o al exilio a sus principales dirigentes democráticamente elegidos. Y también puede haber verdad en ello.

Sostienen expertos que la derrota del actual procés se consiguió convirtiendo la aplicación del artículo 155 de la Constitución en un estado de excepción de facto, lo que facilitó que, desde la política, se externalizara a la Justicia el enfrentamiento al problema secesionista y que el código penal y la construcción de delitos como el de rebelión, aún sin haber violencia política, sirviesen para convertir a adversarios políticos en enemigos públicos y lograr así, no solo su derrota, sino también su destrucción civil por la fuerza de la ley y por la ley de la fuerza. Y asimismo parece haber verdad en ello.

Auguran avisados observadores que la peor consecuencia de todo esto, es el deterioro grave de la democracia española donde se pervierte la separación de poderes, se restringen libertades, se favorece el centralismo más rancio y se hace aconsejable a los pueblos de España, empezando por el País Vasco, que pongan sus barbas a remojar. Y ojalá no haya verdad en ello.