- Calentaba ya motores para A Coruña con ese tuit de Xulio Ferreiro dimisión .

-[Ríe] Sí. Mi meta es poder pedir colectivamente la dimisión de Xulio Ferreiro. Yo qué sé, a lo mejor hay muchas hojas en la calle o algo así. Voy a hacer denuncias al estilo de Rosa Gallego. Ese es mi plan.

- En el cartel del show se presenta con unas credenciales peculiares. Borrego , niñato miserable ? Lo hace con ironía, pero no siempre será sencillo enfrentarse a esos comentarios.

-Afortunadamente es minoritario, pero yo le doy una relevancia mayor de la que tiene, porque a mí me hace mucha gracia. No es una cosa que haya conseguido afectarme nunca. Es molesto la legión de seguidores que tiene un tipo como puede ser Hermann Tertsch, que luego te avasallan bajo sus órdenes, pero que a mí gente tan tóxica como él me dedique un ratico porque le he hecho enfadar, me parece muy divertido. Intento darle la vuelta, aprovecharme y usar sus grandes hits sobre mí para publicitarme.

- ¿Tanto enemigo no le pasa nunca factura en los teatros?

-No, porque mis actuaciones son para gente que me conoce y que sabe de qué palo voy. Sobre todo, porque yo juego a explicar que estamos en un ambiente de confianza en el que vamos a explorar algunos límites. Mola ver cómo se consigue crear un entorno en el que nos reímos de cosas a veces gravísimas, pero en el que sabemos que hay un respeto.

- ¿Cómo encuentra el equilibrio entre la honestidad consigo mismo y aquellos chistes que le llevarían de nuevo al banquillo de la Audiencia Nacional?

-Por ejemplo, en mi show? Esta gira me está sirviendo bastante para lavar mi imagen. Al fin y al cabo, por muchas barbaridades que yo diga, si la gente ve que yo tengo un relato coherente, en el que digo que no soy ningún loco, que a todos nos gusta bromear... Hay un momento en el que se produce una complicidad con el público. Al explicarlo todo el mundo entiende que no soy un loco que dice exabruptos, sino que lo hago en prol de la risa.

- Su show , como usted, se mueve entre los juzgados. ¿También enfrentó esas experiencias con humor?

-La mayoría de veces sí. Bueno, la primera, que fue con 18 años, sí que me asustó un poco, porque además fui de los primeros tuiteros en tener que ir a declarar. La vez de la Audiencia Nacional también me inquietó un poquito, pero en cuanto me puse a hablar con abogados, ya me dijeron que en principio era una cosa que debía de pasar rápido. En ningún momento me he sentido con miedo a tener represalias reales.

- ¿Se ha vuelto más moderado desde entonces?

-Creo que me he vuelto más respetuoso, aunque no lo parezca. Ahora conozco del todo las consecuencias mediáticas que puede tener un comentario que haga, entonces procuro evitar el ataque personal. Es verdad que no siempre lo cumplo, y que a veces me cabreo, pero es algo que intento dejar de hacer. También la gente entiende que yo he empezado una carrera siendo muy joven y muy inconsciente, y que es inevitable que vaya bajando un par de marchas con según qué cosas. A base de haber hecho comentarios injustos muchas veces, he aprendido a medir.

- Las denuncias a artistas suelen tener en común internet. ¿No se sabe reaccionar a algo tan reciente como las redes sociales?

-Muchas tienen que ver con una judicatura que no entiende que en las redes sociales puede existir el exabrupto. Creo que el derecho a decir una barbaridad está siempre por encima del derecho de alguien a ofenderse. La gente puede enfadarse, pero no debería tener derecho a que me juegue la cárcel por hacer un comentario en las redes.

- ¿Hasta qué punto son los propios ciudadanos responsables de la situación actual de la libertad de expresión?

-Son responsables en cuanto a que no hay grandes marchas en la calle exigiendo que se pare ya esta ola de retroceso de libertades. La gente tiene otras prioridades, y no se siente amenazada porque creen que no van con ellos. Pero el problema es dejar correr este tipo de cosas, porque mañana puedes ser tú. Es preocupante cuando, en los inicios de un proceso como este, la gente no termina de darse cuenta de lo que puede estar sucediendo.

- Es que hay mucho a lo que prestar atención: los problemas en la monarquía, los escándalos políticos, el independentismo en Cataluña? ¿España está en un punto de inflexión?

-España está implosionando, porque tarde o temprano tenía que hacerlo. Seguramente en el futuro se descubrirá que el Estado español es un Estado fallido, que se ha diseñado de una manera centralista en todos los aspectos, y que eso no se corresponde con la sociología del país. Tenían que estallar conflictos nacionales, económicos, políticos y de todo tipo. Y eso conduce a quien está al mando a replegarse bajo la represión y el recorte de libertades, porque es la única forma que tiene un estado de responder cuando no hay voluntad de asumir los problemas que hay. A veces peta todo a la vez, y es lo que está pasando. Nos encontramos con que España tiene deficiencias democráticas en muchísimos aspectos.

- Usted hablaba en un monólogo de "democracia estrecha".

-Hemos ido estrechando los límites hasta ese punto, y la respuesta está siendo con el brazo más casposo y arraigado a las malas costumbres, que es el Poder judicial. Cuando el Partido Popular no consigue resolver mediante la político problemas que puedan surgir en el debate público, interviene vía judicial y ahí se acabó. Es un callejón sin salida mientras esté al mando una gente que resuelve problemas políticos a base del derecho penal.