El periodista y escritor Andrés Aberasturi (Madrid, 1948) contesta al teléfono con su inconfundible y contundente voz. Va respondiendo a las preguntas mientras sube a un taxi, en el trayecto, durante la espera para que lo maquillen para salir en un programa de televisión, en la única media hora que tiene libre. Lo han llamado para hablar de su amigo y compañero en las ondas radiofónicas, el recién fallecido José María Íñigo. Aberasturi reconoce que está "tocado" y que piensa en la muerte a menudo. Estos días presenta su poemario El libro de las despedidas.

-Un título triste.

-Sobre todo es muy educado. Conviene irse de los sitios despidiéndose de los que uno ha querido. Sigo aquí, pero ahora veo la vida desde el arcén, ya no soy el protagonista y es todo muy previsible. Es la vida de cualquier ser humano: ir dejándolo todo atrás, despidiéndose de la infancia, de los amores...

-¿Una despedida dolorosa?

-Fundamentalmente tierna. Este libro empezó cuando estaba en la cocina, con un libro de Walt Whitman, y en él hay cierta ternura, derrota, escepticismo... Lo que soy yo.

-¿Así es? ¿Cómo se le escucha en Radio Nacional, en el programa de Pepa Fernández?

-No me gustaría ser uno detrás del micrófono y otro fuera de él. Eso me hubiera permitido trabajar más registros, como la información deportiva, pero no. Uno siempre se muestra como es, siempre está escribiendo el mismo libro, el mismo artículo, pintando el mismo cuadro. Hay que decir las cosas, pero basta hacerlo una vez, y con El libro de las despedidas estoy absolutamente seguro de que me despido de la poesía. Novelas no sé escribir, solo ensayo y poesía.

-Este está siendo un año de despedidas para usted.

-Ya estamos en la línea de los que se despiden, es muy desgarrador.

-José María Íñigo o usted mismo son comunicadores con mucha personalidad, algo que ya no es común.

-Hay quien se queda en que Íñigo era la voz de Eurovisión, sin tener ni repajolera idea de lo que representó ese tío. Hay cinco nombres fundamentales en la historia de la televisión en este país y el suyo es uno de ellos. Ahora las cosas duran muy poco, no hay interés por hacerlo bien sino por la audiencia. Cuando todo está inventado hay que darle la vuelta y reinventarlo, pero las empresas no arriesgan. Íñigo cambió la televisión en España y luego fue muy maltratado. Se le dejó de contratar y nadie se acordaba de él, hasta que lo rescató Pepa Fernández para la radio. Es lo que nos queda, que nos llamen de invitados.

-A usted le echaron de programas, estuvo años sin aparecer en televisión... ¿Difícil conciliar la profesión con el interés político y empresarial?

-No, si eres coherente dices que sí o que no, y ya está. Me han echado de muchos lados, no me han renovado y me he tenido que ir por eso que dicen de la pérdida de la confianza. Es así.

-Tres bomberos sevillanos han sido juzgados en Grecia por rescatar a gente del mar. ¿Qué le parece?

-En principio un absoluto disparate, la idea de que alguien que salva vidas sea juzgado por ello es repugnante, pero entiendo que los gobiernos tienen algo que decir. Me da mucha pena pero no me atrevo a juzgarlo.

-Pues ahora todo el mundo opina en las redes sociales ¿Es usuario?

-Tengo Twitter y no lo uso mucho. Lo más cañero ahora es escribir una columna en un digital, porque cualquiera tiene el derecho a opinar. Antes estaban las cartas al director pero ahora el feed back es inmediato. Es bueno que la gente tenga opinión, pero solo quieren reafirmarse en ella, oír lo que quieren.

-De toda la actualidad política española, ¿qué es lo que más le preocupa?

-La vertebración de España. Eso es lo más importante ahora que ha desaparecido ETA, con ese paripé tan vergonzante que han hecho. Tenemos los gobiernos en suspenso cuando se tenían que haber cerrado pactos importantes, como el de Educación o el de Sanidad. Estamos pagando las consecuencias del café para todos. Es muy difícil intentar hablar con racionalidad cuando el nacionalismo enfrenta a familias y vecinos. Eso pasó en Euskadi, allí con balas, y la fractura en Cataluña va a tardar en cerrarse.

-No parece usted mucho de ceremonias.

-No soy nada ceremonioso, lo que soy es educado. Un frac me cuesta ponérmelo, eso sí. Hay que tener respeto a las instituciones y cuando veo cómo van al Congreso, en camiseta... Las formas importan en todo, en la literatura y en la vida.

-El año pasado publicó un libro sobre su hijo Cris, con parálisis cerebral.

-Es algo que nunca ocultamos. Yo estaba en una fundación y una asociación, y salió de forma natural. Escribí dos libros, sobre todo para quitar esa imagen edulcorado de la discapacidad. Una putada, así es.