Jordi Soler regresa a los recuerdos de su infancia en la selva de Veracruz con su trabajo más reciente, Usos rudimentarios de la selva, que presentará esta tarde a las 18.30 horas en la Uned como parte del XIV Encuentro con escritores del Centro de Formación y Recursos de A Coruña. El autor mexicano, residente hoy en la Barcelona de la que su abuelo tuvo que exiliarse por la Guerra Civil, recoge en doce relatos el ambiente agreste y mágico de la plantación de café en la que creció, pintando entre la vegetación a guerrilleros, indígenas y políticos corruptos.

- Una familia española que intenta prosperar en una plantación en la selva de Veracruz. Suena a autobiográfico, ¿ha vuelto a tirar de sus recuerdos?

-Absolutamente. Este libro es una autobiografía. He tirado otra vez de la memoria, porque creo que es el único camino seguro para regresar a casa.

- ¿Era tan mágica la vida en Veracruz como narra en su obra?

-Era tal cual. Quizá aparentemente mágica, pero también hay un componente áspero. Con este libro entro en una conversación muy animada en el siglo XXI desde la cual se mira a la naturaleza de una forma un poco naif. Hay la idea de que el contacto con la naturaleza siempre reconstituye, que, si paseas dentro de un bosque, al llegar al final sales vivificado. En este libro, lo que propongo es que la naturaleza también tiene un lado salvaje. La madre naturaleza nos ama, pero también nos quiere aniquilar.

- "Tú amas la naturaleza, pero la naturaleza no te ama a ti", decía en un artículo.

-[Risas] Sí. En cuanto te descuidas, como pasaba en esta selva, Mamá Natura te mata. Mama Natura no te ama en realidad. Ir haciendo caminatas con bastones por la montaña es todo armonía con la naturaleza hasta que te sale un lobo.

- Recuperarla en el libro es un modo de regresar de nuevo al exilio de su familia. Ya trataba el tema en libros como Los rojos de ultramar o La última hora del último día , ¿le ayuda escribir sobre ello?

-Sí. Es un territorio literario en el que no solo me siento a gusto, sino abducido. Una vez que me meto a este territorio ya no quiero salir. Mi familia, como los personajes del libro, acabaron recalando en esa zona selvática de Veracruz, una realidad radicalmente distinta a la que ellos habían vivido en Barcelona. Para poder sobrevivir, tuvimos que aprender los usos rudimentarios de la selva, de ahí el título. Sin estos usos bien aprendidos, la selva y sus peligros nos hubieran aniquilado.

- ¿Cuáles eran?

-Por ejemplo, cuando estabas frente a un animal, sabías que o lo matabas a él o te mataba a ti. Los perros servían para protegerte, iban delante de ti y te avisaban de los peligros. Ese sería el uso rudimentario del perro. El uso occidental del perro es un perrito burgués que está tirado en la alfombra persa de una casa. En occidente no atentamos contra la naturaleza, la protegemos. Aquí había que destruir a la naturaleza para que no te destruyera a ti.

- ¿Echa de menos esa energía?

-Cada día de mi vida. Ahora que estoy en una de las capitales de occidente, me he ido reconvirtiendo en un hombre occidental. He ido aprendiendo los usos civilizados de occidente para matizar los usos rudimentarios de la selva, que son los que me hacen levantarme muy temprano, como me levantaba en aquella selva, y los que me hacen ir cada día a un bosque para recuperar un poco de esa energía. Quizá mi manera de ir regresando es escribir estos libros.

- El exilio de su familia comienza con su abuelo en la Guerra Civil. Cuando él regresó ya no se reconocía en España, pero usted sí volvió para quedarse.

-Han ido pasando los años, y mis hijos han crecido ahí. Y yo he llegado a la conclusión de que uno es de donde es, pero también de donde son sus hijos. Yo ahora soy de Barcelona porque, al margen de que mi familia viene de ahí y de que yo era un niño que hablaba en catalán, siento que mi patria es la patria de mis hijos. Por eso me he quedado aquí.

- ¿Le ha acabado sumando o restando tener dos países?

-Yo siempre pienso que es mejor tener dos países, como es mejor tener dos lenguas o cinco. Por supuesto, estoy hablando desde mi condición de mestizo, pero yo en el mestizaje veo siempre una riqueza.

- ¿Y cómo vive, con un pasado así, ese cruce de nacionalismos que se respira hoy en Cataluña y España?

-Lo vivo con una profunda vergüenza. He escrito sobre el tema, pero llegó un momento en el que ya vi que era inútil. Y ahora paso. Yo estoy todo el día encerrado en mi gabinete escribiendo, mi familia y yo vivimos al margen del movimiento.

- De España - y del mundo hispano en general - criticaba en algún artículo su tolerancia ante la corrupción de las altas esferas. Los políticos corruptos también aparecen en su último relato.

-Todos los países latinoamericanos son naturalmente hijos de España, pero no solo porque lo diga la historia, sino porque los usos y costumbres de España se reproducen en Latinoamérica. El tema de la corrupción creció ahí de manera exponencial, pero, en realidad, es una manera de corromperse profundamente española. Con respecto a allí, aquí es más discreta, porque vivimos acotados por la Unión Europea. Pero mi idea es que la tolerancia es la misma. La chapuza del mundo hispano al final es vista como una virtud. Por ejemplo, Zaplana se ha embolsado 10 millones, y probablemente acabe en la cárcel. Donde un canadiense diría "está muy mal robar los 10 millones", un español dice "el problema es que lo han pillado".

- Usted defiende afianzar el vínculo entre España y México. ¿Cómo debería ser la relación entre ambos países?

-Yo creo que en México hay un amor-odio por España muy intenso, pero que se convierte en amor profundo en cuanto un español hace un gesto con un mexicano. Esto, trasladado a los estados, es muy claro. Creo que tendría que haber una iniciativa para promover los evidentes lazos que hay entre España y Latinoamérica. Ver de qué manera se puede reconducir la relación, que sería fructífera. Sería un negocio redondo para todos, pero nadie me hace caso, como has podido comprobar [se ríe].