A Coruña se puso sus mejores galas. Ningún jefe de Estado había querido visitar España desde la irrupción de la Dictadura. Franco estaba ávido de apoyos fuera de las fronteras, después de que Naciones Unidas vetase su entrada en la organización. Y encontró una mano amiga, y en similar situación internacional, en Jordania. Hace sesenta años, en septiembre de 1949, la ciudad fue testigo de la primera visita de una máxima autoridad extranjera tras el Golpe: el rey Abdullah I de Jordania, que hoy da nombre a una calle coruñesa, desembarcaba en la dársena para ser recibido por el caudillo. Unas cincuenta mil personas salieron a la calle ante el ilustre y curioso invitado hachemí.

La muchedumbre comenzó a agitarse cuando el transatlántico inglés Highland Bride entró en la bahía con el monarca y su séquito a bordo. Una embarcación especial para el traslado de autoridades fue a recoger a Abdullah al buque para trasladarlo a tierra, donde sería recibido por Franco. Las relaciones diplomáticas entre ambos países habían comenzado en 1946, cuando España se apresuró a reconocer al reino árabe poco después de que obtuviese la independencia. El dictador priorizó la apertura de delegaciones diplomáticas en Oriente Medio en la búsqueda de apoyos dentro de la política internacional.

Jordania, también vetada por la URSS en Naciones Unidas, aceptó la invitación del Gobierno español y lo incluyó dentro de una gira por toda Europa. Franco usó la visita con claros fines propagandísticos. Hasta se declaró el 9 de noviembre día de fiesta con motivo de la estancia del monarca jordano.

Los jardines de Méndez Núñez fueron la primera parada de Abdullah, quien fue recibido al son de la banda del protectorado español en Marruecos. A Coruña fue elegida para iniciar la visita por ser un lugar estratégico para la llegada de barcos desde Gran Bretaña y porque Franco disfrutaba de su residencia de verano en Meirás. Además, la ciudad, por tener, tenía como alcalde al populista Alfonso Molina que, al margen de sus bondades o carencias como regidor, no se le negaba su condición de buen anfitrión en cualquier jolgorio, a lo que se añadía su pasado diplomático.

Uno de sus concejales era un jovencísimo José Manuel Liaño Flores, que sería después alcalde y que fue testigo de la llegada de Abdullah. Allí estaba aquel fin de semana de 1949, a pesar de haber abandonado ya su puesto en la Corporación tras haber conseguido una plaza de juez en A Estrada. El abogado recuerda varias anécdotas de aquel "gran acontecimiento", en una urbe emperejilada con pendones españoles y jordanos.

"La multitud vitoreaba los nombres de Molina, Abdullah y Franco", relata. Escuchado en conjunto sonaba, a propósito o sin querer, un retranqueiro "Molina adula a Franco". Liaño Flores recuerda que, no sólo el coro se dio cuenta, sino también el propio alcalde, que se lo tomó "con gran gracejo", por lo menos, frente al respetable. El alcalde fue el guía del rey en su visita a la ciudad donde permanecería dos días, antes de partir a Madrid y Toledo y recorrer Granada, Sevilla y Málaga.

Su transatlántico atracó a primera hora de la tarde y, tras el desfile de homenaje que presenciaron ambos jefes de Estado en los jardines de Méndez Núñez, se trasladaron al Ayuntamiento. Firmó el Libro de Oro del Concello y le fue regalada una llave de aspecto antiguo.

"A falta de la llave de la ciudad, se le entregó la de toriles de la antigua plaza de toros", relata Liaño Flores, quien recuerda que la llave original que abría las puertas de las murallas se la habían llevado los ingleses tras la batalla de Elviña.

Ya durante el mandato de Liaño (1976-1978) fue hallada en un castillo británico y pudieron hacer copias para ilustres visitantes posteriores.

El fotógrafo Alberto Martí, encargado de dejar constancia del acontecimiento, recuerda que Abdullah se impacientó mucho mientras preparaba sus máquinas para inmortalizar el momento e incluso lo apremió en una lengua que desconocía pero en un tono que entendió a la perfección.

El rey hachemí y su gran comitiva se alojaron en el Hotel Embajador, hoy sede de la Diputación. Tras instalarse y descansar, ya cerca de las ocho de la tarde, Molina pasó a buscar a Abdhullah -abuelo del actual monarca- para ejercer de cicerone en un paseo en coche por la ciudad. Visitó el jardín de San Carlos y la tumba de Moore, paseó por la Ciudad Vieja, pasó por la torre de Hércules y el estadio de Riazor, además de subir al monte de San Pedro y ver los cañones Vickers allí instalados, aquellos que en toda su historia realizaron únicamente una veintena de disparos.

Y aunque Afonsiño, pan y fiestas hubiera disfrutado más de un programa con algo de jarana, la corte había advertido de las sanas costumbres del monarca hachemí en una carta dirigida a Franco: "El rey, hombre de edad -tiene 70 años- gusta de acostarse temprano y levantarse pronto, no habrá pues que pensar en fiestas de noche". En la carta se ponía cuidado en señalar que la comida no podían incluir "ni manjares de cerdo ni bebidas alcohólicas" y sugerían que el plato predilecto de Abdullah era el arroz.

No trascendió públicamente el menú que le ofreció el dictador en el pazo de Meirás, al segundo día de su estancia en A Coruña, el 6 de septiembre. Oficialmente abordaron cinco temas: la declaración oficial de paz y amistad con la firma de un convenio, la posición de España y Jordania en cuanto a los Santos Lugares, el Mediterráneo oriental y la penetración soviética y el afianzamiento de las relaciones de España con los países árabes e Inglaterra.

Por la tarde, Abdullah y Franco asistieron a una fiesta de gala organizada por el Casino. Entre la música programada para rendirle tributo, estuvo la actuación del trío Fagil, que fue gratificado de parte del rey con unas botellas de whisky y cartones de tabaco rubio, que en aquella época era un lujo sólo visto en boca de los galanes del cine.

El ABC de la época señalaba el "recibimiento apoteósico" regalado por la ciudad al rey de Jordania. En sus páginas del 7 de septiembre contaba cómo el mandatario hachemí había pedido una copia de los documentales que, como el NO-DO, se estaban grabando en la visita. La cabecera afecta al Régimen señalaba que Abdullah había invitado a los representantes municipales a devolverles la visita. No hay constancia de tal retorno, aunque décadas más tarde, y sin ser en viaje oficial, se encontraran sin proponérselo los ex alcaldes Francisco Vázquez y Berta Tapia en las ruinas de Petra.

El periódico explica también que el Ayuntamiento, que decidió organizar en años posteriores jornadas de exaltación árabe, le obsequió con una colección de libros, revistas y fotografías sobre temas de la ciudad. En un alarde sumo de pleitesía, continúa la crónica, el Gobierno municipal le ofreció un terrenito por si le apetecía hacerse una residencia en la urbe.

Tal fue el calado de la visita que el 9 de septiembre se declaró fiesta nacional, como se declararon tres días de luto en todo el país, cuando Abdullah I fue asesinado el 20 de julio de 1951 al entrar en la mezquita de Omar. Dos años después, la Corporación decidió poner el nombre del rey a una calle en la zona de Riazor, en un lugar que acababa de ser urbanizado y que, hasta entonces, ocupaban unas huertas.