El ex torero Hilario Taboada, natural de Arzúa, todavía recuerda con claridad la primera vez que se enfrentó a un astado vestido con el traje de luces. Ahora, muchos años después, ejerce como asesor de la presidencia en la feria de María Pita, un evento por el que siente un cariño especial.

-¿Por qué decidió usted, gallego de nacimiento, dedicarse al mundo de los toros?

-Yo soy de una aldea de Arzúa, que en aquella época era de la Galicia profunda y apenas tenía carreteras. La vocación es algo que brota, y a veces no se sabe muy bien por qué. Actualmente, hay un gran torero, que es Sebastián Castella, de madre francesa y de padre polaco, y él ha salido con esa afición. Es algo curioso. Una persona ve un espectáculo taurino y ésa es una experiencia que te enamora, como me ocurrió a mí, o no te enamora.

-¿Fueron duros sus inicios?

-Los inicios son duros para todos, pero para un gallego muchísimo más. Los inicios eran duros entonces y son duros ahora, aunque la situación ha cambiado. Hoy, por ejemplo, todo se hace a base de dinero y de promoción.

-Explique los cambios que detecta en el mundo de los toros.

-Hoy en día, nadie es torero por necesidad, porque el que es trabajador y un poco espabilado puede ganarse la vida muy bien en cualquier campo. Antes no había casi medios y uno de los pocos que había era ser torero y triunfar. A mí puede que me haya pasado algo de eso porque, al ser hijo de un labrador de una parroquia de Arzúa, tenía esa necesidad de hacer algo extraordinario para romper con lo que a mí me podía esperar. Poco a poco, viajando con maletilla y escondido en las perreras de los trenes, fui progresando. Hoy es todo completamente distinto y los toreros, casi desde el primer día, viajan en un Mercedes.

-¿Recuerda cuándo se puso por primera vez delante de un toro?

-Yo debuté en Noia, en 1961, y allí empecé. Fue una sensación, porque yo sabía torear de salón y apliqué, con toda la inocencia que yo tenía, lo que conocía del toreo de salón al novillo. Salió todo perfecto, de casualidad posiblemente, pero me fueron bien las cosas.

-¿Cuál es la plaza a la que le tiene más cariño?

-Sin lugar a dudas, a la plaza de Valencia. Yo toreé por toda España y en varios países de América. Mis inicios en Galicia tuvieron poca continuidad y me fui a Valencia. Yo me hice torero en Valencia, hasta el punto de que en un momento dado me anunciaban en los carteles como gallego-valenciano. En Valencia fue además mi debut con picadores. Haciendo un símil, cuando uno se pone delante de un toro por primera vez es el bautismo y cuando uno hace una faena con picadores es la primera comunión.

-¿Y su mayor triunfo?

-La corrida que más recuerdo, el mayor triunfo que yo tuve, fue en un pueblo de Valencia que se llama Algemesí. Corté dos orejas, rabo y pata. Ahora está prohibido conceder una pata, pero entonces se concedía cuando la faena era extraordinaria. Los triunfos dependen del lugar y del momento. Esta corrida había sido a final de temporada, algo que influye mucho, y en un pueblo. Si hubiera sido, por ejemplo, en Valencia hubiera sido distinto.