Olivia González lo tiene claro, si volviese a participar en un posado para una exposición en la que apareciese como deportista, le gustaría hacerlo al otro lado de la red y practicando su deporte, el voleibol, tal y como la ha retratado ya Pedro Ávila para Agón, es como quiere ser recordada. Fue la primera de las modelos que llegó ayer a la sala del Castillo de Santa Cruz -a la que muchos de sus compañeros no pudieron asistir porque están de Erasmus en Lisboa- y la que se reconoció, casi sin buscarse, entre el más de medio centenar de obras que colgaban de las paredes. Cuando decidió participar en la iniciativa de Pedro Ávila lo hizo porque uno de sus profesores se lo propuso y se aventuró a probar cómo sería el ser modelo durante unas semanas y a experimentar la sensación de ver cómo uno o varios instantes de su vida -los que el autor eligiese- quedarían plasmados en un papel encolado, con trazos de colores y brillos que dan sensación de movimiento a un cuadro. Era su primer año en la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y dedicó "dos horas de cada tarde del mes de mayo" a posar para Pedro Ávila.

Viendo el resultado de estas sesiones en las que los estudiantes se ponían en la piel de deportistas, el pintor les fotografiaba y hacía los bocetos que, en su estudio de Santiago, acabarían por convertirse en las obras que se pueden ver desde ayer en Oleiros, a Olivia, como a muchos de los visitantes que ayer acudieron a la inauguración de Agón los cuadros que más le gustan son los de gran tamaño -que son con los que más cómodo se siente también el autor- los que recogen momentos que, por haber sido preparados no están exentos de espontaneidad y de tensión. "Me gusta este, el de la figura en el suelo", señala González una obra que está tras ella, de la que no es la protagonista y en la que dos jóvenes, con el torso desnudo y un pantalón de deporte hacen un ejercicio frente a frente, mirándose a los ojos y tensando sus músculos para no dañar a su compañera de figura. Una hace el pino y otra, en el suelo, rodea con sus piernas la cadera de la joven.

Son ejercicios cotidianos para estudiantes de la ciencia del deporte y, por ello, no se despojan de los abalorios que siempre las acompañan, pulseras, pendientes y collares forman parte de la composición tanto como un aro, unas espalderas, el balón de voleibol que nunca traspasa el otro lado de la red o los rizos de una joven que se sueltan de la melena cuando ésta se mantiene erguida sobre sus brazos. Olivia se reconoce en la chica de camiseta azul que sigue con la mirada la trayectoria del balón y que coloca sus antebrazos para recibir con fuerza su impacto. El retrato se congela en ese instante, en el que la concentración es máxima y donde el siguiente segundo sería un golpe.