La primera mujer arquitecto de Galicia fue también jefe de bomberos de A Coruña en los setenta. No entiende lo del júbilo de la jubilación, que hace poco la retiró de las aulas de la Escuela de Arquitectura, profesión a la que llegó pese a la oposición de su padre, el también arquitecto Santiago Rey Pedreira. Creadora de la primera torre que hubo en la urbe, defiende que los bomberos nunca estarán suficientemente bien pagados, por su coraje y su honradez como profesionales.

-¿Cómo llega una arquitecta que no pasa de los cuarenta a la jefatura de bomberos?

-A mí me aterrizó en la cabeza como una teja. Me nombraron arquitecta sustituta del arquitecto municipal. Llegué toda ilusionada, jovencilla, era una de las primeras cosas que hacía, pero cuando me dijeron que iba a ser jefa de bomberos no salía de mi asombro.

-¿A los leones sin tener ni idea de llamas?

-Por aquel entonces, en la escuela de arquitectura de Madrid teníamos clase de bomberos y conseguíamos el título en el Parque de Bomberos número 1 de la capital. Había pruebas teóricas, físicas... Si no me llegan a dar una patada en el trasero, no me tiro por la lona.

-¿Qué dificultades tenían entonces en el parque coruñés que no hay ahora?

-La gente tiene una idea bastante inocente de lo que es un fuego. El 90% es el valor y la habilidad de los bomberos. El material es muy importante pero no lo es todo. Yo me he visto en la situación de dar órdenes a un equipo preguntándome si tenía derecho o no a ordenar aquello. Eso sí, yo me ataba a una cuerda con el primero de la fila y allá me metía.

-Así lo hizo cuando se hundió el túnel de Casablanca, ¿no?

-No me hubiera perdonado estar con el gobernador civil, acodado en el mirador y observando como otros se jugaban la vida. Yo no podía participar dando órdenes desde fuera.

-Y para dentro con el casco.

-El casco no me cabía. Por aquel entonces, se llevaban unos peinados con trenzas y la cabeza tenía mucho volumen para el perímetro previsto. Me tuve que soltar el pelo y me encajé un casco de bronce que tenían allí como una reliquia, como si fuese de Alejandro Magno o Leónidas al frente de los trescientos.

-¿Y qué pasó en Casablanca?

-Fue un corrimiento de tierras totalmente impredecible. Pudo ser una catástrofe porque espachurró el tren de Valladolid lleno de gente y sólo hubo heridos. Fue la mano de la providencia.

-También como máxima responsable de los bomberos en la ciudad tuvo que enfrentarse al grave accidente de avión en Montrove, con un centenar de personas a bordo. ¿Qué recuerda?

-Fue muy desagradable. Porque la gente se portó muy mal, me avergüenza cómo se portaron algunos coruñeses. Se puede negar o no, pero pasó. Yo veo la explosión ya desde el Ayuntamiento pero otra cosa era llegar allí. Se tardó una hora. Lo primero que se tuvo que hacer fue evitar los robos. Esto ha sido criticado como una mentira, pero desgraciadamente hubo gente, no sé de qué pueblo o de qué ciudad, que aprovechó para intentar entrar en las casas a robar. La primera ayuda que se solicitó fue la de la Guardia Civil. Hay que quedar agradecidos al piloto, que intentó salvar el avión hasta el último momento aún a costa de su vida.

-¿Recuerda algún rescate espectacular en los años que ocupó el puesto?

-La gente aquí en Galicia se apaña bastante bien para los rescates. Como cuesta dinero, se lo piensan mucho antes de llamar a los bomberos.

-¿Cómo ve la protección de la Ciudad Vieja ante el fuego?

-La estrechez de las calles es determinante para que puedan entrar los coches cisterna y los coches escala. Es difícil. No hay mucha solución para eso. Ha estado muy descuidada no sé por qué razón, quizás porque había gente maleante viviendo por ahí. Al mejorar el nivel de vida de sus habitantes, ya tiene otro aspecto y otras relaciones sociales. Se ha remozado. No es que esté mal, es que las casas son viejitas y como todas las cosas viejitas, hay que ayudarlas.

-¿Está peor Pescadería?

-Existe una ordenanza de rehabilitación para Orzán y Pescadería desde tiempos de Mari Castaña. Ya mi padre, Rey Pedreira, habló de ese asunto. Pero el alcalde Molina, con sus alegrías, lo dejó en un rincón. A Molina le tenía que hacer yo unas escapadas en las fiestas...

-¿Le tiraba los trastos?

-Los trastos y también los muebles. Se empeñó en que a un ingeniero de Caminos le iba bien una arquitecta.