Encuadra el fotógrafo predador entre los arbustos de la jungla urbana para capturar y hacer suya la realidad. A veces salen a cazar en grupo y compiten por firmar el zarpazo más certero. En ocasiones acechan solos, esperan a que su objetivo se ponga a tiro... y ¡zas!, ya es únicamente para ellos, saboreado como nadie lo ha saboreado nunca y nunca nadie lo podrá saborear igual. Con sensibilidad, con ironía, con pericia, con descaro, con arte, con mala leche. Los fotoperiodistas coruñeses se reunieron ayer en manada para mostrar en las paredes del Casino Atlántico sus trofeos de caza en el año que se despide.

Lo llevan haciendo cada Navidad desde hace una década, en una exposición que siempre ha buscado el humor y el ingenio para recorrer las historias de un año. Las historias y sus protagonistas, entre los que no suele faltar el alcalde más dicharachero, que un día aseguró que las técnicas modernas, que permitían muchos disparos por segundo, no le hacían justicia a la hora de salir en las portadas de los periódicos, por ejemplo, desarmado junto a la ministra de Medio Ambiente en una postura jocosa e involuntariamente indecorosa.

Pero le cacharon, alcalde, y no es la técnica, le pillaron con el guiño picarón puesto intentando arrebatarle la mujer a Antonio Banderas con su gracia coruñesa. Por sus poses inigualables es que los fotógrafos le dieron ayer -junto a Carlos Negreira y a Henrique Tello- uno de los premios Fotoxornalismo, en representación de todos los concejales. Los otros dos galardones fueron para las Bodegas Saqués y Foto Artús.

Hasta 26 fotógrafos de prensa que trabajan en la ciudad muestran sus presas en la exposición, en la que no falta la Torre de Hércules en su año universal, a la que, aunque parezca imposible, todavía le restan caras por retratar, levitando entre sueños, envuelta niebla en aquellos decepcionantes días del decepcionante verano. Captura inédita como inédita también puede ser la plaza de María Pita, a través de equilibrios fotográficos desde el tejado del palacio municipal. Miradas tan cercanas y certeras que permiten ver hasta la ínfima arruga de agotamiento de dos aguerridos y corredores de la carrera popular.

Simpáticos tractoristas, perros más humanos que sus dueños a los que no les gustan los excrementos callejeros, un hombre de negro entre mujeres de blanco, jóvenes que se entretejen dormidos en un banco de la estación de buses tras una noche de marcha. Cualquier realidad es susceptible de ser cazada, engullida, rumiada, exorcizada y expuesta. Como la de un futbolista tumbado, entre derrotado y pancho, ante un cartel que reza "De lunes a domingo" o un jugador de la selección española que le diagnostica miopía a un árbitro.