Si los Reyes Magos pudiesen ayer utilizar sus poderes para cumplir los deseos de los padres que esperaban a que llegasen las carrozas y los caramelos, tendrían que tirar abrigos y bufandas a mansalva, pero no. Sus Majestades, que ayer llegaron a la ciudad en tren y que fueron recibidos por 100.000 coruñeses -según el Concello-, no tienen la capacidad de obrar por el día, sólo cuando las mentes de los más pequeños están lejos, muy lejos, más que Oriente, cuando están soñando.

Así que, entre que venían y no venían Melchor, Gaspar y Baltasar subidos en sus carrozas, a los padres no les quedó más que improvisar remedios contra el frío que no se quiso perder la llegada de los Magos a la ciudad. "Vamos a hacer una carrera", le decía a Alejandra su madre y, la pequeña, que no entendía muy bien qué sentido tenía correr en el sitio, obedeció un ratito pero se aburrió enseguida, porque lo de "entrar en calor" es algo que no se entiende muy bien cuando te han prometido que vas a ver a los Reyes Magos y que van a llover caramelos del cielo pero ese paraíso nunca llega.

Bueno, sí que llega, pero tarda un poco y, mientras sólo se divisan a lo lejos las luces de la policía, una abuela le cuenta a otra que sí, que es preciosa la Navidad, pero que, desde hace unos años, el paso del tiempo le ha arrebatado a sus nietos la ilusión por la festividad de los Reyes Magos y que, desde entonces, Melchor, Gaspar y Baltasar se paran lo justo en su casa para dejar "un sobre con 25 euros para cada nieto, y listo".

"Mira aquel que bolsa tan grande trae; yo era más lista, de pequeña llevaba el paraguas y lo ponía del revés y lo vaciaba y me llevaba todos los caramelos", decía una joven a su novio que, media hora antes de que el desfile real pasase por el Cantón Grande y habiendo esperado ya más de quince minutos le preguntaba si "valdría la pena" esperar tanto por tres hombres que reparten caramelos. De todos modos, se quedaron y vieron cómo la técnica del paraguas es ahora condenado por los asistentes a la cabalgata. "Que nos va a quitar un ojo", tuvo que escuchar un abuelo que pretendía cazar al vuelo los dulces.

Y unos cuantos grados menos después, llegó la comitiva; no es que se saliese del horario previsto, es que los que se quisieron poner en primera fila para ser la primera barrera entre los caramelos y los demás, ocuparon los jardines de Méndez Núñez, la mediana de los cantones, los soportales de La Marina y cada uno de los tramos del recorrido de la cabalgata, más de media hora antes de que los Reyes tuviesen, ni siquiera en mente, pasar por delante de ellos.

Primero llegaron los motoristas, vestidos con trajes de borreguillo; después, un grupo de jóvenes que adaptó la melodía agenciada por los deportivistas para sus triunfos y, saltando, sin lluvia de caramelos por medio, cantaba: Iremos a festejar, que los Reyes vienen hoy...

Ni un sólo villancico sonó al paso de la cabalgata por los cantones ni a la llegada de los Reyes a la plaza de María Pita; eso sí, la charanga O Santiaguiño no se olvidó de un clásico de los desfiles: Carnaval, carnaval.

Y llegaron también los caramelos y las luchas encarnizadas por hacerse con uno de los dulces y llegaron las profesionales de las cabalgatas que no tienen un sitio fijo para ver el desfile, sino que, en lo que dura el recorrido no ven más que papeles de colores en el asfalto y que sólo levantan la vista cuando sus ojos no tropiezan con los caramelos; es entonces cuando alzan la cabeza y gritan al aire: "¡Aquí, Baltasar, aquí!" y siguen a lo suyo con el primer estallido de caramelo en el firme, ajenas a la fiesta de su alrededor, a las caras sonrientes de los niños y a las atónitas de los que sólo cogen los caramelos que caen a sus pies si es que no hay pequeños alrededor.

Hubo de todo, dulces. canciones, papeles de colores, algún que otro berrinche, amenazas de "si no te portas bien nos vamos para casa y los Reyes se van a enfadar contigo", bicicletas, una Vespa amarilla que se gripa, ilusión por ver de cerca a esos seres mágicos que son capaces de estar un día al año en todos los pueblos, en cada centro comercial, en cada esquina de la ciudad y que, el resto del año, ni siquiera son una sombra y muchas manos al aire para saludar, a los Magos de guantes blancos.

"Esta noche, a la cama prontito y no estéis nerviosos, llegaremos en el momento oportuno", dijo Melchor a pequeños y mayores, desde el balcón del Ayuntamiento, después de regalar saludos a los afortunados que pudieron acceder al Palacio de María Pita de la mano de concejales y trabajadores del Concello. "A Garcés lo tengo de paje", bromeaba el alcalde, Javier Losada, mientras bajaba por las escaleras del Consistorio para recibir a Sus Majestades e indicarles el camino hacia el balcón en el que hablarían a los niños y el edil de Fiestas abrazaba a Melchor, a Gaspar y a Baltasar -sin duda el más coreado de la cabalgata a su paso por los cantones-, que se despedían de sus tronos y se hacían sitio entre los invitados al Palacio Municipal.

"Tenemos que dar las gracias a los Reyes por estar aquí, porque el año pasado les pedimos que la Torre de Hércules fuese patrimonio de la humanidad y nos ayudaron", manifestó el alcalde en su discurso de bienvenida a los Magos de Oriente y, para 2010, les pidió para "La Coruña", no una L en el topónimo, aunque la pronunciase, sino ayuda para vencer el paro, para que todos los coruñeses tuviesen un empleo al que ir por las mañanas; futuro y muchos regalos para los niños "que han sido muy buenos", pero también para los padres y los abuelos.

Llega con los fuegos artificiales que alumbraron la parte de atrás del Ayuntamiento el fin de las fiestas navideñas y hay que decir de nuevo, "hola" a las clases, a los horarios y a las lecciones, pero queda la mañana mágica, la de los regalos inesperados en la puerta de la habitación y todo un año para portarse bien y que los demás se comporten, para hacer méritos para la próxima visita.

"Melchor", decía un niño con gafas, abrazado a las rodillas del Mago. "A dormir prontito", recomendó el monarca que, aseguró, lleva más de 800 años llenando de regalos los pequeños sueños de los coruñeses.

Y llegaron también las 3,5 toneladas de caramelos y las luchas encarnizadas por hacerse con uno de los dulces y con ellas los profesionales de las cabalgatas que no tienen un sitio fijo para ver el desfile, sino que se van agachando al ritmo que sienten caer los caramelos. "Que se va a morir por un caramelo", advertía un grupo de señoras a una mujer de abrigo rojo que no dudaba en meter las manos, casi debajo de las ruedas de los tronos, para unir a sus ya incontables caramelos, un ejemplar más.

"Son para mis sobrinos", decía a medio camino entre la disculpa y la sonrisa, otra integrante del comando caramelo, que, con su abrigo de piel, no dudaba en poner rodilla en tierra para rapiñar al suelo y a las niñas que veían tranquilamente la cabalgata, unos caramelos más. "Entre las dos se lo llevan todo", decían otras señoras, que no se explicaban cómo dos mujeres, casi de su edad, podían correr más que sus nietos.