La proximidad a una ciudad es interpretada de forma habitual como una ventaja para los municipios rurales, pero la historia demuestra que en algunos casos supone todo lo contrario. Los últimos años de existencia del Ayuntamiento de Oza -de cuya absorción por el de A Coruña se cumplirán cien años en 2012- constituyeron un auténtico calvario para sus habitantes, quienes vieron cómo su Corporación municipal era disuelta y permanecía inactiva durante seis años, así como que la Casa Consistorial se trasladaba después a un lugar alejado para regresar a un modesto edificio del lugar de Montes que aún se conserva.

El paso de la principal carretera de entrada a A Coruña por Monelos con destino a Eirís y de allí hacia A Pasaxe hizo de este núcleo de población el más habitado de Oza, por lo que la sede del Ayuntamiento estuvo establecida allí de forma tradicional. El carácter estratégico de la localidad quedó aún más marcado con la decisión que tomó el Arzobispado de Santiago de trasladar a Monelos la iglesia parroquial de Santa María de Oza, ya que hasta entonces se encontraba en la pequeña capilla situada junto a la playa del Lazareto.

En esa misma época, en torno a 1860, los responsables municipales de Oza deciden adquirir un edificio que sirva de sede al Ayuntamiento y optan por hacerse con un caserón de dos plantas próximo al que en 1863 fue consagrado como nuevo templo de la parroquia.

Las complicaciones comenzaron en 1884 con una inspección fiscal que culminó con la orden del Gobierno Civil de suspender la actividad de la Corporación municipal ante las irregularidades apreciadas en su gestión. Los responsables gubernativos decretaron además que se retirasen del Ayuntamiento todos los documentos existentes con el fin de efectuar una investigación, cuyo resultado se desconoce.

Lo que en un principio debería haber sido una paralización temporal del trabajo municipal acabó por convertirse en un abandono administrativo interminable, puesto que el Ayuntamiento dejó de recaudar tributos entre los vecinos y dos años más tarde existía una deuda de 28.283 pesetas con Hacienda en concepto de contribución territorial, mientras que a otras administraciones y organismos se le adeudaban más de 54.000 pesetas, una suma considerable para aquellos años.

La parálisis municipal estuvo a punto de solucionarse en 1887 gracias a las elecciones que se llevaron a cabo, pero la esperanza de los vecinos se diluyó con la decisión del gobernador civil de anular los comicios, por lo que el problema persistió. La amplia documentación que había sido sacada del Ayuntamiento fue incluso motivo de un litigio por parte de los habitantes de Oza, quienes la reclamaron ante el temor de que fuese aprovechada por empresarios coruñeses que tenían grandes intereses económicos en este municipio.

Los recelos vecinales se confirmarían poco después, ya que José Marchesi Dalmau, un hombre de negocios que poco después sería alcalde de A Coruña, se hizo con los terrenos comunales del municipio en A Palloza, donde instaló una refinería de petróleo, y con la franja costera de Oza, lugar en el que más tarde promovería la construcción del Lazareto para los enfermos infecciosos de la guerra de Cuba.

Para algunos, la disolución de la Corporación fue una jugada hábilmente calculada por parte de quienes esperaban hacer fortuna con los terrenos de Oza, de forma que la acumulación de deudas por el Ayuntamiento hiciese inviable su continuidad y forzase su absorción por el de A Coruña, como acabaría por suceder en 1912.

Seis años después de la suspensión, en 1890 Oza recupera su Corporación, que toma las riendas de la gestión y opta por poner en venta el edificio municipal de Monelos con el fin de saldar las cuantiosas deudas acumuladas durante la inactividad del Ayuntamiento. También consiguen los concejales rescatar una parte de los documentos que habían sido llevados de sus archivos, cuyo destino será el inmueble alquilado en Eirís como nueva sede municipal.

Pero en 1909 volvieron los problemas al Ayuntamiento, ya que una orden gubernativa obligó a trasladar la sede municipal a un inmueble del lugar de A Moura, junto a lo que hoy es la avenida de Finisterre a la altura de A Grela. La protesta vecinal ante las autoridades por lo que se consideraba un atropello hizo que al poco tiempo la casa consistorial regresara a Oza, donde se instaló en un edificio del lugar de O Montiño, conocido hoy como calle Montes, en el que aún persiste, aunque en estado ruinoso como vestigio del desaparecido ayuntamiento.

El continuo crecimiento de la población en A Coruña a lo largo del siglo XIX llevó a sus responsables políticos a plantearse a finales de esa centuria la anexión de Oza, puesto que las reducida superficie de la capital provincial -tan sólo 7,8 kilómetros cuadrados- hacía imposible su desarrollo. El movimiento anexionista se acelera a partir de 1909, durante la segunda Alcaldía de Juan Sánchez Anido, ya que en su investidura el concejal Narciso Túñez de Prado insta a la Corporación a reclamar que Oza se incorpore al municipio coruñés y defiende que, en caso de que no sea la totalidad de su territorio, que al menos se haga con la parroquia de Santa María de Oza, mientras que las de Viñas, Visma y Elviña se repartirían entre Culleredo y Arteixo.

La experiencia viguesa

Los ediles coruñeses deciden recurrir a la experiencia de la otra gran ciudad gallega, Vigo, ya que acababa de sumar a su superficie municipal el ayuntamiento de Bouzas. Con este fin, la Corporación solicitó la documentación que había tramitado el Consistorio vigués para actuar de un modo semejante, mientras que los coruñeses con poder en Madrid, como el diputado y editor periodístico Juan Fernández Latorre, trataban de influir en el Gobierno para conseguir el objetivo de la anexión.

Finalmente, A Coruña recibió autorización para anexionarse Oza a partir de 1912. Los dos últimos años de existencia del Ayuntamiento, tuvo su sede en edificios alquilados en la calle Montes y en A Gaiteira, el primero de los cuales aún existe en el borde de lo que dentro de poco será el parque de Oza. Para vencer las resistencias de los vecinos a la absorción, A Coruña prometió que Oza contaría con dos concejales que les representarían en exclusiva, como había sucedido con Bouzas, a cuyos habitantes se les asignaron ocho ediles. Pero en ambos casos, una vez que estos mandatarios tomaron posesión, su actividad fue nula y las corporaciones de las ciudades olvidaron la promesa realizada a las poblaciones anexionadas.