Guillermo Eirís Cabeza, párroco de San Roque y Pío X, cumplió su quincuagésimo aniversario como sacerdote el pasado 28 de agosto de 2010. Son cincuenta años dedicado a la orientación espiritual de sus parroquianos. Pero no sólo eso, de joven sufrió una dura enfermedad que logró superar, pese a las malas previsiones médicas. Esto le dio fuerzas para, recién ordenado, viajar en una misión a Chile para ayudar en ambientes obreros y marineros, dadas las fuertes carencias de muchas familias.

-¿Cómo comenzó su vocación por el sacerdocio?

-Con trece años comencé a prepararme, con la orientación religiosa, aprendiendo los rezos. Cuando hice el ingreso para primero de bachillerato pues ya entré en el seminario, donde me instruyeron en el sacerdocio, con un ambiente y maneras de vivir adecuadas.

-Pero a usted le venía un poco de familia.

-Si, mi primo hermano José Álvarez Cabeza y mi tío José Cabeza Docampo eran sacerdotes y, claro, influyo. Siempre me apoyaron. Sin embargo, recuerdo que fue una visita al seminario la que me hizo pensar en hacerme sacerdote.

-Ya joven sintió cerca la dureza de una enfermedad como el tétanos.

-Cierto, tenía 18 años, me encantaba jugar al fútbol y en un partido me hice daño. A los pocos días, mostré los síntomas típicos como espasmos musculares muy fuertes. Me comenzaron a tratar tres médicos de Santiago con muchas inyecciones y por suerte a los tres meses la superé, aunque incluso llegaron a pensar que moría.

-¿Cómo afectó a su fe esa experiencia?

-Sobre todo, cuando padeces algo así, te preguntas el sentido de la vida y, personalmente, me acerque más a Dios a través de la oración. Muchas veces no sabemos lo que vale la vida, pensamos que es gratuita y no es así.

-Entonces, ¿que decidió hacer a partir de aquel momento?

-Quise ayudar más a la gente, ser más solidario. Por eso me apunté a las misiones. Primero saqué la licenciatura en Teología en Salamanca. En el seminario hispanoamericano me enviaron a Chile, aunque antes estuve un año de prácticas en Bejar, en la provincia de Salamanca.

-¿Y cómo era Chile en aquella época, los años 60?

-Llegué antes de la dictadura de Pinochet, pero aunque ya por aquel entonces la educación estaba bastante bien en Chile, tenían muchas carencias y había también mucha pobreza, sobre todo, en el mundo obrero en las fábricas y en las minas, así como los jornaleros y los marineros, casi esclavos a veces para cuatro terratenientes. Puede llegar a ser un poco frustrante, porque ves que no puedes nunca abarcarlo todo y, claro, te afecta, y mucho. Lo que suele ser más gratificante es formar y educar a los niños.

-¿Qué supone para usted las bodas de oro, 50 años al servicio de la comunidad?

-Son muchos años y muchos recuerdos de mucha gente: bautizos, bodas, sepelios, orientación religiosa en los colegios, estudiar filología inglesa en la Universidad de Santiago. Muchas veces me pasa que la gente me conoce, me saluda efusivamente y yo no los conozco, pero es que me vieron en tal misa de una boda de un amigo (risas).

-Los sacerdotes comienzan a escasear, ¿qué le diría al joven con vocación religiosa para que dé el paso?

-Primero, le avisaría de que esta es una vida muy servicial, que debe prestar atención siempre a la comunidad, y sobre todo que puedes ser muy feliz. Es cierto que renuncias a tener una familia propia, pero puedes tener muchas familias a las que atender y que te acogen con cariño. Para mi es una vida completa. Volvería a hacerlo si tuviese la oportunidad.