Caries, úlceras, manchas, especulación, crisis inmobiliaria, laberinto administrativo del urbanismo. Llámesele como se le llame, son decenas. Andamios que se vuelven parte del paisaje urbano. Solares vacíos, pequeños desiertos sin futuro aparente. La ciudad está salpicada de pequeñas tierras de nadie e inmuebles fantasmas que ni suben ni bajan, ni parece que haya vivido allí nadie y parece que vaya a vivir.

Da igual la zona, sea el corazón de la ciudad o los barrios. En Pescadería abunda el andamiaje eterno, que sus dueños dejan pudrir mientras se consumen las advertencias municipales. Hasta el último momento: bien porque sus propietarios no se ponen de acuerdo bien porque aseguran no tener dinero para hacer algo con ello bien porque fueron adquiridos por inmobiliarias, promotoras o constructoras que quebraron o no están en el mejor momento para abordar la remodelación.

Hay muchos que, a pesar de hallarse en pleno centro, ni siquiera tienen novia. Los precios desorbitados valieron durante mucho tiempo pero ahora ya no y se resisten a descender a la espera de tiempos mejores, si es que llegan.

Muchos también se quieren saltar las normas de protección, hasta el último momento, hasta que no quede más remedio que hacer una endodoncia y conservar únicamente la fachada por normativa patrimonial o incluso hasta que haya que arrancar de cuajo el diente enfermo y no curado a tiempo.

Y donde el inmueble ya se desintegró, están los solares. Los fulgores dorados que de lejos podrían parecer un tesoro alejandrino, no son más que muros recubiertos por el material aislante que le ponen a todas las medianeras, testigos de que a su lado hubo un edificio.

Testigos son las medianeras y también las vallas publicitarias y los grafiteros, elementos que tiene que tener cualquier buen solar que se precie. Los artistas callejeros alegran las feas realidades urbanísticas con mayor o menor calidad, buscando la expresión creativa o simplemente estampando su firma y reafirmándose ante el mundo.

Menos poética suelen tener los desperdicios humanos que acumulan, producto de a quien los contenedores no le acaban de convencer o de quienes ponen a prueba su puntería o su fuerza, normalmente bajo el influjo de la luna, para encestar tras los muros o vallas. Las quejas vecinales suelen reproducirse y tienen diversa naturaleza, empezando por malos olores, agua estancada y humedad, la presencia de personas que no quieren cerca, incómodas vallas, andamios que tapan negocios durante años e incluso acaban con ellos, la seguridad o, simplemente, la molestia a la vista.