La tradición popular atribuye a los romanos la construcción de la arqueta de la que partía el manantial que se canalizaba luego a través del acueducto que llegaba hasta el casco urbano, aunque lo cierto es que esta obra fue realizada en 1722 bajo la dirección del maestro de obras Fernando Casas Nóvoa, el mismo que llevó a cabo años más tarde la fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago.

El objetivo de esta iniciativa era proporcionar agua en abundancia a la ciudad, en la que la escasez hacía temer a las autoridades una revuelta popular. Al hacer converger en A Gramela varios manantiales de la zona, se logró disponer de un caudal aceptable que fue transportado hasta el centro mediante una conducción que en la falda del monte de Santa Margarita salvó el desnivel existente mediante un acueducto que dio al lugar el nombre de paseo de los Puentes.

La infraestructura permitió a los coruñeses disponer de agua que podía ser tomada en tres fuentes de nueva construcción, una de las cuales se instaló en la plaza de la Harina (Azcárraga), mientras que las otras dos se situaron en la calle Fama -en un extremo de Riego de Agua- y en la plaza de Santa Catalina.

Hasta que A Coruña no dispuso de un servicio de abastecimiento de agua, el acueducto continuó funcionando, por lo que todas las instalaciones fueron conservadas por los responsables municipales hasta principios del siglo XX, cuando se construyó la red municipal. En 1902 dejó de utilizarse el manantial, lo que llevó a que cesara la preocupación por su mantenimiento, ya que, además, la ciudad se hallaba situada a una gran distancia de esta fuente, conocida también como de los Frailes ante la creencia de que era utilizada por ellos para lavarse.