Nací en Santiago de Compostela, donde vivían mis padres, Antonio y Consuelo, y mi hermana Ana María. Me tocó vivir una infancia muy difícil debido a la recién finalizada Guerra Civil, en la que mi padre, que era maestro nacional y había sido número uno de su promoción durante la República, fue suspendido por el régimen de Franco y logró salvar la vida escapando por los tejados de las patrullas que buscaban por las casas a personas no afines y eso que el pobre jamás asistió a un mitin y ni siquiera participó en la guerra por ser corto de vista.

Tanto mi padre como mi madre, que fue matrona y tuvo el orgullo de ayudar a traer al mundo a más de 2.000 niños, las pasaron canutas para salir adelante y además darnos estudios, por lo que estoy muy orgulloso de ellos, ya que además trabajaron en lo que les gustaba hasta casi su fallecimiento. Tengo un gran recuerdo de mi padre porque él era quien nos daba clase a mí y a mi hermana, que con el tiempo llegó a ser catedrática de Literatura y recibió el premio extraordinario y el premio nacional de fin de carrera de manos del propio Franco en el palacio de El Pardo.

Al igual que mi hermana, tuve que estudiar como un negro y además ayudar a la familia, aunque finalmente pude acabar la carrera de Derecho, que estudié por consejo de mi padre y que terminó por encantarme. De niño solía venir con frecuencia con mis padres a esta ciudad para hacer compras y visitar a amigos que tenían aquí y me dejaba un poco asombrado por lo grande que me parecía en comparación con Santiago, donde comencé mi andadura profesional como abogado a los veinte años como pasante en el despacho de José Domínguez Noya cuando aún estaba en cuarto de carrera. Allí aprendí mucho porque se portó muy bien conmigo y además fue él quien me inculcó el amor al Derecho.

A pesar de que tuve que esforzarme mucho en los estudios, tengo un grato recuerdo de aquellos años, en los que a pesar de todo lo pasé muy bien, ya que cuando los estudios me lo permitían asistía a a fiestas, bailes y todo lo que se terciara. También jugué al fútbol en los equipos de modestos del Victoria y Vista Alegre.

Mi andadura profesional ya como abogado la comencé en Baio, donde era muy difícil trabajar porque no había juzgado. Recorría las ferias de la comarca con mi máquina de escribir y al llegar a cada localidad me sentaba en la mesa de una cafetería o en cualquier lugar de la feria y colocaba un cartelito en el que se leía: Platas Tasende, abogado en busca de nuevos clientes. Además de en autobús, solía desplazarme a los pueblos en el caballo que usaba mi madre para atender los partos y, como en aquella época había muchos lobos en los montes, viajaba armado con una pistola autorizada y con un mechero de chisco para tratar de ahuyentar a los animales que se me cruzaran en el camino.

A la muerte de mi padre decidí venirme a vivir a esta ciudad con mi mujer para que nuestros hijos pudieran estudiar y acceder luego a la Universidad. La ciudad me abrió por completo sus puertas, ya que a lo largo de mis años de trabajo conocí a grandes amigos y compañeros de profesión, aunque los comienzos también fueron duros porque no tenía clientes y debía desplazarme a diario a Baio en un Seiscientos de segunda mano que me había comprado hasta que conseguí una clientela aquí.

Tuve que reciclarme ante la diferente tipología de pleitos que se presentaban en la ciudad por parte de comunidades y empresas, así como por causas como aguas, servidumbres de paso o accidentes de circulación y, con el paso del tiempo, por las drogas. Me vi obligado a convertirme en el mejor estudiante del mundo para ponerme al día y gasté un sillón de cuero que aún conservo del tiempo que pasé sentado en él. Puedo decir que durante nueve años no tuve un día de vacaciones, ya que cuando el tiempo me lo permitía, solía ir a las vistas de los juzgados para presenciar los informes que presentaban Iglesias Corral, Martínez Risco, Gila Lamela y Servando Núñez entre otros, a quienes considero maestros de la abogacía.

Las relaciones con los compañeros y las nuevas amistades me sirvieron para entrar en contacto con empresarios y entidades financieras, como el Banco Pastor, de cuyo equipo jurídico formé parte y en el que me encargué de la suspensión de pagos de la factoría siderúrgica Sidegasa. Este trabajo cambió por completo mi trayectoria profesional y me permitió posteriormente llevar casos con un volumen superior incluso al de esa empresa.

Tengo que destacar también que durante bastantes años fue profesor asociado de la Universidad y docente en la Escuela de Práctica Jurídica, en lo que para mí fue la etapa más feliz de mi vida. Debo agradecer a esta ciudad las oportunidades laborales que me proporcionó para que con mi esfuerzo alcanzase mis metas profesionales, así como que mis cuatro hijos también estudiasen Derecho y que hoy formen parte de mi despacho junto con otros abogados.

En la actualidad, ya jubilado, paso la mayor parte del tiempo en el Colegio de Abogados, del que soy decano, para ayudar a los 3.000 letrados que integran la institución, en la que cuando yo ingresé solo éramos 250. También soy académico de número de la Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación desde 2012 y he recibido la cruz de San Raimundo de Peñafort de manos del ministro de Justicia.