Aurelia Rey está, por fin, contenta. Ya está en su nueva casa, en Eirís. Atrás deja dos meses de gestiones, de intentar encontrar una solución a la ejecución de desahucio de su antigua vivienda, que se paralizó en dos ocasiones el pasado 18 de febrero y, finalmente, unos días después, cuando sus caseros le concedieron dos meses de prórroga y una compensación económica para que pudiese hacer frente a un nuevo alquiler que ya no sería, como el suyo, de renta antigua.

"Esto es un lujo", repetía ayer, mientras enseñaba la cocina nueva de la casa que le concedió el Instituto Galego de Vivenda e Solo, en la avenida de Lamadosa y que es ya su nuevo hogar.

Asegura que no fueron fáciles estos meses, en los que pasó de ser considerada una mujer completamente dependiente, por la Concejalía de Servicios Sociales, que le recomendaba ingresar en la residencia Padre Rubinos, a tener que buscarse la vida -con la ayuda de su abogado, Antonio Vázquez, y de la plataforma Stop Desahucios- para gestionar su ingreso en la bolsa de pisos ofertados por la Xunta y dar de alta los servicios necesarios para ocupar esta nueva vivienda.

Cuando llegó la comitiva judicial el pasado 18 de febrero al antiguo portal de esta costurera retirada, se lo encontró lleno de activistas y cientos de curiosos que intentaron paralizar la ejecución de la sentencia, que condenaba a la octogenaria a irse de su vivienda por no haber pagado a tiempo dos recibos. Incluso un bombero se negó a cortar la cadena que impedía el acceso al edificio. Ella defendía que, durante años, había sufrido abusos pero, a pesar de ello, no quería abandonar una casa en la que había vivido casi cuarenta años.

Desde ayer está en su nueva vivienda social y todo eso ha quedado atrás, aunque no en el olvido, ya que, a menudo, entre alegría y alegría asoma entre las cajas de la mudanza.

Por la mañana, Aurelia recogió las llaves junto a su abogado, Antonio Vázquez, y a primera hora de la tarde tenía ya los suministros de luz y de agua dados de alta, le quedaba todavía tener servicio de gas. Y es que esto era algo que, durante los últimos días, intranquilizó a Aurelia, el no haber firmado el contrato para poder empezar a gestionar los suministros.

Ahora solo quedan recuerdos y la esperanza de una nueva vida en el barrio. No es la solución que a ella, en principio, le hubiese gustado, pero ayer, tras asumir que no había marcha atrás, que no volvería al número 9 de la calle Padre Feijóo, Aurelia Rey estaba contenta y enseñaba su nuevo hogar a quien quisiese visitarlo.

Todavía no estaba a su gusto, le quedaba casi lo más importante, buscarle sitio a una de sus pertenencias más preciadas, su "máquina de coser".