Nací en número 39 de la calle de la Franja, donde viví con mis padres, Francisco y Carmen, y mi hermano mayor Jaime. Mis padres fueron conocidos en el barrio porque hasta 1939 tuvieron la fonda llamada La Alianza, que luego traspasaron para montar una embotelladora de sidra llamada La Folixa, situada en la calle Juan Canalejo y que estuvo en activo hasta 1953, año en el cual toda la familia decidió emigrar a Cuba, puesto que mi padre, hijo de gallegos que se habían criado en aquel país, decidió volver allí para montar un nuevo negocio, ya que conocía bastante aquellas tierras, en las que había vivido hasta los dieciocho años.

Allí estuvimos viviendo hasta que estalló la revolución castrista, momento en el que decidimos regresar a nuestra ciudad, de la que yo había marchado cuando tenía diecisiete años. Mi primer colegio fue el de la señora María, ubicado en la calle del Sol y en el que estudié hasta los doce años, edad en la que tuve que ponerme a trabajar con mi hermano en el negocio familiar. Mis primeros amigos fueron los de las calles Riego de Agua y Juan Canalejo, entre los que se encontraban Quique Fontenla, los hermanos Souza, Geluco, Chiño, Julio Escudero, Loli y Pilar.

Tengo gratos recuerdos de todas nuestras andanzas y juegos por todas las calles de la zona en la que nos criamos en unos tiempos en los que casi no había coches, por lo que podíamos estar completamente tranquilos jugando a lo que quisiéramos. Recuerdo que solíamos jugar muy a menudo al frontón en una gran tapia que había detrás de la Fábrica de Gas, así como en un gran espacio que había en la fábrica de azulejos y baldosas de Escudero, que también estaba en Juan Canalejo.

Muchos juegos dependían nada más que de nuestra imaginación, como las carreras pedestres que hacíamos en la calle del Sol cuando no llovía, porque allí se formaban charcos de agua. También recuerdo los buenos ratos que pasamos jugando en la arena de la playa del Orzán y toreando las olas en la muralla de la fábrica de muebles Cervigón, donde nos poníamos perdidos de salitre, sin olvidarme también de la zona de las cocheras de la Compañía de Tranvías, a cuyos vehículos solíamos engancharnos muchas veces, sobre todo a los de la línea 3, que pasaba por allí, y al antiguo tranvía Siboney, que nos llevaba a las playas de Santa Cristina, Santa Cruz y Sada.

Los cines que más recuerdo de aquellos años fueron el Kiosko Alfonso, ya que su parte de abajo era la sala más barata del centro, y el Hércules, al que toda la pandilla llamábamos el chinchero por la cantidad de chinches y pulgas que había en los asientos de general, a la que íbamos los chavales y en la que tomábamos el pelo a Chousa, el acomodador. El que tenía la pantalla más grande era el Coruña y uno de los más nombrados era el Avenida, que fue lugar de encuentro y espera de muchos coruñeses.

La Semana Santa era la época más aburrida para nosotros, ya que había que estar callados y dedicarnos a los tebeos y jugar sin hacer mucho ruido, así como acudir a misa y aprovechar para ir a ver las películas de romanos y cristianos que ponían en aquellos días en el colegio de los Salesianos, donde nos colábamos para verlas.

En verano nuestras playas preferidas eran las del Parrote, Riazor, Orzán, Santa Cristina y la barra de As Xubias. Para llegar a las últimas nos enganchábamos en el tranvía Siboney, que en aquellos días siempre iba abarrotado de gente, por lo que el cobrador no daba abasto para. Recuerdo que algunas veces alquilábamos entre todos los famosas lanchas que había en la Dársena y con ellas nos íbamos hasta el castillo de San Antón y hacíamos carreras con otras lanchas como si fueran traineras.

Otra forma de pasar muchos días de vacaciones sin gastarnos un patacón era hacer excursiones a pie hasta la zona de los Puentes, donde todo eran huertas, y a Palavea, lo que era una aventura, ya que todavía no existía la avenida de Lavedra y solo estaba la Granja Agrícola, también rodeada de huertas.

Al ponerme a trabajar en el negocio de mis padres solo tenía el fin de semana para estar con mis amigos, con quienes a los quince años empecé a ir a las fiestas de barrios como A Gaiteira, San Luis, Santa Margarita y Ciudad Vieja. También recuerdo la famosa Tómbola de la Caridad y las pequeñas fiestas que las pandillas de mi calle hacíamos en la calle del Sol, donde alquilábamos un organillo que hacíamos tocar para pasarlo bien con toda la gente de la zona.

Al regresar de Cuba fui a estudiar Mecánica Naval en la Escuela de Formación Profesional Acelerada y al acabar me puse a trabajar en varias empresas de la ciudad dedicadas a la reparación, hasta que en 1976 monté mi propio negocio de material eléctrico, que dejé años más tarde tras aprobar la oposición para una plaza de ordenanza en la Xunta, actividad en la que me jubilé.

En la actualidad, lo que más me gusta es hacer viajes y excursiones con amigos y seguir al Deportivo, ya que formo parte del grupo Lukas y sus amigos, que se dedica a la defensa y promoción del club.