Concierto importante con dos estrenos (las obras de Ravel y de Rachmaninov; esta última, de gran aliento, con amplia orquesta, tres solistas y gran coro) y una notable partitura concertante: la de Falla. Sorprendió el hecho de que la Alborada del gracioso, perteneciente a Miroirs, para piano, hubiese sido instrumentada por el propio Ravel; resulta extraño que un orquestador tan exquisito haya realizado un trabajo que desnaturaliza el refinamiento sonoro de una pieza que, por sus reminiscencias hispánicas, sentimos tan cercana.

Pero ya se sabe, "el mejor escribano echa un borrón". Tampoco orquesta y director dieron lo mejor de ellos mismos en una versión violenta, estruendosa, carente de sutileza. Los discretos aplausos con que fue acogida mostraron que el público no la valoró con la complacencia habitual.

Otra cosa muy distinta fue la interpretación de las Noches en los jardines de España: a la espléndida lectura del pianista, correspondió un impecable balance sonoro por parte de la agrupación.

Slobodeniouk realizó aquí una exposición muy elegante de una obra colmada de sutiles contrastes dinámicos y, sobre todo, necesitada de una perfecta regulación del volumen para permitir la escucha del pianista aun en los pasajes más delicados. Los reiterados aplausos fueron correspondidos por Iván Martín con una auténtica maravilla: la transcripción para piano de la Toccata, Adagio y Fuga, BWV 564, para órgano; la soberbia adaptación es, con toda probabilidad, la que realizó Ferruccio Busoni; Iván Martín utilizó un estilo clavecinístico y logró una versión límpida, con un fraseo de rara perfección, lo que desencadenó el entusiasmo del público.