Salón de la Academia abarrotado de público a pesar de la inclemencia del tiempo. Si algo hay que lamentar de estos conciertos -modélicos, por tantas otras razones: carácter benéfico, calidad de intérpretes, interés de los programas- es la escasez de localidades teniendo en cuenta la demanda que, por añadidura, es creciente. El del pasado viernes fue un acto musical paradigmático porque la calidad de los intérpretes y el interés del programa alcanzaron los niveles de la excelencia. Además, fue un concierto signado por la felicidad: por el carácter -feliz- de las obras y por el -feliz- resultado interpretativo. Dürichen, Bussi y Hamburger realizaron una soberbia lectura del trío beethoveniano: muy precisa, bien fraseada. Y bien cantada, porque en estas obras primeras, Beethoven se muestra como un compositor más lírico que dramático; destacaron los nítidos diálogos de los tres instrumentos en el primer tiempo. Espléndidos, Dürichen y Hamburger en el Dúo de Kodali; obra espléndida, difícil, una verdadera sonata, donde se estiliza el motivo popular y se obtiene un rendimiento asombroso de dos únicos instrumentos. En el Trío, de Mozart, otra obra risueña, producto de unas encantadoras vacaciones del compositor, el trabajo de Bussi, Anguera y Zemba fue admirable por su perfección y, acaso sobre todo, por un fraseo exquisito; si he de poner algún reparo, para dar una dimensión humana a una versión espléndida, diría que, en algunos momentos puntuales, habría que cuidar el balance sonoro de la viola con los otros dos instrumentos.