Nací y me crié en la calle de la Franja, donde residí con mis padres, Manuel y Eulalia, y mi hermano Javier. Mi colegio hasta los nueve años fue la academia de la profesora Teresa, situado en mi misma calle y donde coincidí con muchos amigos del barrio, como Juan Carlos Rodríguez, Javier Ferreiro, Elvira, Marifé y Marichi, Manuel Martínez y Celso Madriñán, con quienes lo pasé muy bien, por lo que fueron unos años muy felices en los que todo nuestro tiempo libre lo pasábamos jugando en la calle, sobre todo en la plaza de María Pita, el atrio de la iglesia de San Jorge y la plaza de Azcárraga.

El juego que más practicábamos era la pelota, ya que hacíamos partidos contra chavales de otras calles en la plaza de María Pita, que en aquellos años era de arena y se encharcaba en cuanto llovía, por lo que si nos caíamos nos poníamos perdidos. Teníamos que tener cuidado además con los guardias del Ayuntamiento, ya que si estaban de mal humor nos quitaban la pelota y no nos la devolvían, aunque cuando los veíamos venir nos echábamos a correr y nos poníamos a jugar en otro lugar.

En esos años a mi padre y varios amigos como Celso Madriñán y Julio Orozco se les ocurrió fundar el equipo de hockey María Pita, en el que jugué hasta los diecisiete años. Con ese club fui campeón gallego en categoría infantil, juvenil y sénior, lo que me permitió disputar partidos en Madrid, Salamanca, Oviedo y otras ciudades que pude conocer en una época en la que muy pocos podían viajar, aunque nosotros los hacíamos casi siempre en tren, por lo que los desplazamientos se nos hacían larguísimos. En el año 1970 el equipo se disolvió al crearse el Liceo, al que nos pasamos casi todos los componentes del club. En el Liceo solo estuve dos temporadas, ya que me fracturé el tobillo y tuve una larga recuperación, tras la que con un grupo de amigos creé el club Xuntanza, en el que años después colgué los patines.

Tras dejar mi primer colegio, mis padres me mandaron a la Academia Galicia, donde conocía a nuevos amigos, como Manuel Zapata, Carlos Santillana, Fernando Fernández Rey y Carlos Morato. Los dos últimos serían más tarde compañeros míos en el Banco Pastor, en el que entré en mi juventud y en el que desarrollé toda mi vida laboral hasta la jubilación. Con las pandillas de amigos de las que formé parte solía acudir a las discotecas y bailes, así como a cines como el Coruña, en el que antes de entrar siempre íbamos a la sala de juegos El Cerebro, donde tuvieron las primeras máquinas recreativas, además de futbolines, billares y tenis de mesa. También recuerdo con mucha morriña los carritos de golosinas del cine Hércules y el rinconcito donde vivía Cucarella, una pequeña tienda en la que se vendían pipas, palo de algarroba, pirulas y manzanas de caramelo.

En las calles de los vinos solíamos parar en los bares y cafeterías más conocidos, como el Otero, Victoria, Siete Puertas, La Bombilla y Pacovi, mientras que nuestras discotecas favoritas eran Golden Fish, Brothers y Chevalier, donde lo pasábamos muy bien. En verano mi playa favorita era Santa Cristina, a donde a veces iba con mi familia y otras con los amigos, aunque siempre utilizando la lancha conocida como La Chinita, que siempre iba abarrotada de gente.

Al empezar a trabajar en el banco se me acabó en parte la buena vida, aunque no perdí la relación con mis amigos. Me casé y tuve cinco hijos, llamados Sonia, Laura, Fran, Rubén y Alberto. En la actualidad, ya jubilado, dedicó todo mi tiempo libre al Club de Regatas de Perillo, del que soy secretario, ya que ahora resido en Santa Cristina y puedo ocuparme de todas las actividades del club, que por suerte son muy numerosas.