Esta versión del Réquiem Alemán, de Brahms, obtuvo un gran éxito; pero, a pesar del fuerte tirón que siempre tiene el coro a la hora de los aplausos (en la mayor parte de los casos, con todo merecimiento) y también la orquesta (de la que cabe decir otro tanto), las ovaciones más nutridas e intensas las recibió Jesús López Cobos, que dirigió con verdadera maestría y delectación esta obra mayor del repertorio sinfónico-coral cuya grandeza, con toda probabilidad, contribuyó asimismo al desbordamiento del entusiasmo. El aprecio y el afecto con que López Cobos es recibido siempre en esta ciudad es fruto desde luego de su incuestionable categoría artística; pero, además, su batuta parece idónea, de un modo muy especial, para una partitura que dirige con un sinfín de matices y claroscuros, cantando con el coro y totalmente de memoria ("par coeur", con el corazón, dicen los franceses; nunca mejor aplicado). Lección magistral del maestro zamorano.

La otra gran triunfadora de la noche fue María Espada: soprano de bellísimo timbre lírico, dice, expresa, frasea; canta, en fin, con la perfección que es fruto inequívoco de una impecable escuela. Al barítono austríaco, Haumer, le falta proyección y carácter vocal para esta obra; no me cabe duda alguna de que dará lo mejor de sí mismo -timbre atractivo por un cierto punto de oscuridad y voz bien igualada- en el terreno del lied. Es probable que la orquesta echase de menos a sus concertinos más habituales; el que tuvo tal responsabilidad en este caso, Kai Gleusteen, es seguramente un excelente profesional, pero puede que, en algunos momentos, la agrupación no haya estado tan segura como en otras ocasiones con esta innovación. Y creo que al conjunto coral de la OSG le sucedió algo similar: sus refuerzos más habituales han sido los coros del Palau de Barcelona y de la Comunidad de Madrid; no parece que se haya producido la misma simbiosis con el de la Generalitat Valenciana.