Me crié en la calle San Luis cuando su entorno aún estaba rodeado de huertas y campos como el de Ángel Senra con su gran arboleda y el viejo edificio de la fábrica de calzado. Todos los chavales del barrio disfrutábamos de estos grandes espacios para jugar tranquilamente.

Mis amigos de aquellos años eran todos de aquella zona y hoy en día mantengo con ellos la amistad, como con Guillermo, Luis el hijo del zapatero, los hermanos Linares del fabriquín, Pucho y Rosita, así como los compañeros de mi colegio, el Sualva de doña Concha, como los hermanos Santamaría, los Fraga, Carlos Arias, Amador, Pilar Moreno, Pepín, Mauricio y Adelino. Junto a este colegio, situado en la calle Noia, estaban los de Coca y don Rafael, que fueron también unos referentes en aquella época, por los que pasaron centenares de chavales.

Recuerdo que frente a la recién inaugurada estación de San Cristóbal aún estaba la arboleda de Ángel Senra y que en las fiestas de la calle San Luis se jugaban allí los partidos de solteros contra casados, hasta que se empezó a construir la avenida de Alfonso Molina y desaparecieron aquellos árboles donde jugaban muchos niños. En aquel lugar había también un gran agujero donde Telefónica llevaba sus postes de madera para echarles brea y dejarlos a secar, por lo que los chavales íbamos allí a columpiarnos con ellos.

Otra forma de pasarlo bien era ir a los cines de barrio si nos daban unos patacones o una peseta, ya que íbamos a ver películas de romanos, indios y vaqueros, piratas o de los caballeros del rey Arturo. Cuando había acción todos los niños aplaudían o daban con los pies en el suelo, mientras que cuando salíamos del cine nos poníamos a jugar reproduciendo las batallas que veíamos en las películas, para lo que nos hacíamos espadas con madera o arcos con varillas de paraguas viejos.

Al dejar de estudiar a los catorce años me puse a trabajar en el sector de las artes gráficas, en el que discurrió toda mi vida laboral. A esa misma edad acudía a presenciar las carreras de coches que organizaba en Riazor el doctor Larrea, lo que me hizo aficionarme a este deporte, por lo que en los años setenta me integré en la Escudería Coruña, de la que fui uno de los fundadores junto con Alberto González Naveira y que era la única de la ciudad junto con la Centollo. Organizamos muchas carreras en unos tiempos en los que las únicas ayudas eran las de concesionarios de vehículos y en esos años surgieron grandes corredores, como Carlos Piñeiro, José Mora, Eduardo Bonjoch, Orozco, Roberto Blach, Tito Rodríguez y Luis Moya.

Tres o cuatro veces al año organizábamos un campeonato de velocidad en el aún sin concluir polígono de A Grela, que se llenaba por completo de aficionados de la ciudad y las afueras. Fue la edad de oro del automovilismo coruñés, en la que también surgió el Rally de los Pazos, que salía de María Pita, por lo que el Ayuntamiento decidió apoyarnos para organizar el Rally Ciudad de La Coruña, que tuvo éxito a nivel regional y nacional y desapareció en el año 2000. Fui también director de carreras y comisario deportivo, responsable en Galicia de la Copa RACE y vicepresidente de la Federación Gallega de Automovilismo durante muchos años.

En la actualidad, ya jubilado, sigo participando en algunas pruebas que se desarrollan en Galicia y he dejado este año la dirección de los rallies de autocross de Arteixo. Como gran aficionado que soy, me parece una pena que se perdieran aquellas competiciones que se hacían en la ciudad y que tantos aficionados tenían y en las que los participantes llenaban por completo la zona de salida en los jardines de Méndez Núñez, donde los boxes estaban en la explanada frente al Kiosco Alfonso, por lo que allí se podían contemplar todo tipo de coches preparados para estas pruebas.