Javier Martín (A Coruña, 1980) lleva más de diez años desarrollando técnicas coreográficas basadas en la improvisación. Este sábado protagoniza Control, una obra de danza contemporánea en la que reflexiona acerca de la identidad. A las 20.30 horas en el teatro Rosalía de Castro.

-¿Cómo nació esta obra?

-En una conversación con un amigo. Nos moríamos de la risa comentando las últimas palabras que un hombre a sus hijos: 'No olvidéis que mañana hay que ir al banco a pagar la factura del gas natural'. Y luego se murió. Era tal su necesidad de control, que fue capaz de estropear su propia muerte. Para mí, de esto va Control.

-¿De qué, en concreto?

-De las ficciones acerca de nosotros mismos que nos construyen a nuestro pesar. Algo parecido a lo que se dice muchas veces de que la vida pasa delante de nuestras narices sin darnos cuenta. Hasta qué punto somos producto de los ambientes académicos, de los mass media, cómo el marketing publicitario gestiona nuestra libido. Llevándonos a tener una serie de ideas, de discursos, que quizás no son nuestros. Quizás participamos de un caldo de información que, si es inconsciente, puede llevarnos a derivas que nos hacen tener vidas ajenas a la deseable, que no pasan por nuestro espíritu crítico, sin atender a nuestros propios deseos sino a necesidades producidas por el entorno.

-La obra también trata acerca de la muerte...

-Sobre la muerte, la transformación y el caos sensible e inmanente del movimiento. Me interesaba descubrir y ofrecer estrategias de desaparición y de subjetivación como las que comentan los filósofos más popperos [seguidores del teórico de la ciencia Karl Popper].

-¿Cuál es el componente de improvisación?

-No construyo coreografías en un sentido clásico o conservador, sino que en el encuentro con el público destilo movimientos en vivo. Es un encuentro con un animal salvaje en el que lo atemperamos y llegamos a crear un encuentro lúcido y enriquecedor para todos.

-¿No hay una narración?

-Por polarizarlo de un modo simplista, el teatro tiende a la literatura, y la danza, a lenguajes de cariz poético, a la creación de momentos y no a una narrativa simple de principio, nudo y desenlace. Y si la narrativa la asemejamos al lenguaje, entiendo que el rol del artista es destruirlo. Encontrar nuevos modos de relación cada vez más sofisticados y sencillos para producir una transformación.

-¿La danza consigue eso?

-En nuestro contexto cultural tenemos estrategias de comunicación muy mentales y a golpe de pantallazo. El movimiento es algo mucho más esencial. Un movimiento sintetiza muchas ideas, encarnándolas. Un simple parpadeo puede trasladar muchísima más información que una idea; a lo mejor necesitaríamos todo un relato acerca de la intención de determinado gesto. Y sin embargo, en un pequeño momento, en la poética del movimiento, queda totalmente evidenciado. La sinestesia quizás sea uno de los sentidos más sofisticados y al mismo tiempo más de raíz que podemos llegar a desarrollar en nuestra vida. A través del movimiento entramos en contacto con la empatía e identificación con el otro que nos ayudan a tener un tipo de vida más íntegro.

-¿Hay público para la danza contemporánea en Galicia?

-Crear contexto es una necesidad artística de primer orden. Hay que saber ubicar las propuestas con su público y apostar por la excelencia en la creación de eventos culturales. Este año he ocupado una residencia de investigación anual en el Rosalía de Castro la que confluyeron miembros de facultades, directores de centros culturales, artistas, muchos científicos, una de ellas del CERN... Estuvieron observando cómo las herramientas que los performers desarrollamos se vinculan con otros saberes, tanto artísticos como científicos.