Nací en Oza dos Ríos, donde viví con mis padres, Juan y María, y mis hermanos Marisol, Divina y Juan. Mi padre trabajaba en el antiguo almacén de la Compañía General de Carbones, en A Grela, junto a la antigua escombrera de San Cristóbal das Viñas y después entró en el Ayuntamiento como jardinero, mientras que mi madre siempre se dedicó a las labores del hogar.

Cuando yo tenía cinco años, mi familia se instaló en la ciudad, en el barrio de San Cristóbal das Viñas, donde entonces era la única casa entre galpones y almacenes, como uno de artes de pesca, el de Uralita y otro de bacalao. Estuve viviendo allí hasta 1965, año en el que marché a trabajar a Bilbao.

Mi primer colegio fue de A Cabana, en el que estudié hasta los nueve años y que fue donde conocí a mis primeros amigos, como Santi, Fernando, Paco, Suso, Louro, Cholo y Paco el de la Torrot, de quienes tengo muy buenos recuerdos, ya que lo pasé fenomenal con ellos. Ya entonces me gustaban mucho las motos, aunque había muy pocas en la ciudad, así como talleres para arreglarlas, aunque conocí uno en la calle Caballeros, al lado del cine Monelos, donde también estaba el antiguo taller de Serafín el pachangas, muy conocido en la ciudad porque allí se transformaron en autobuses viejos camiones de la guerra con carrocería de madera que fueron conocidos como La Pachanga y La Cucaracha.

En aquel taller de motos, conocido como el del lechero, empecé a trabajar con nueve años como niño de los recados latando a clase sin que se enteraran mis padres hasta que finalmente lo hicieron. Limpiando motores allí comenzó mi afición por la mecánica, que hizo que trabajase en esta actividad también en otros talleres, como el de Pepe Señariz en A Gaiteira, donde se reparaban las antiguas motos de Correos.

También estuve en el taller de Jaime el manazas hasta que finalmente me fui a Bilbao para trabajar en la fábrica de motos Lube. A mi regreso decidí ingresar en la recién inaugurada Escuela Acelerada, donde estudié mecánica, tras lo que empecé a trabajar en los talleres del viejo Marcelino, en la Cuesta de la Unión hasta que me establecí por mi cuenta y trabajé en esta actividad hasta mi jubilación con marcas de motos punteras como Ducati, Benelli y Laverda.

Mi profesión me llevó a participar como mecánico en los más importantes campeonatos de motociclismo de España y Europa en los años sesenta y setenta, lo que para mí fue inolvidable, ya que conocí a personas importantes en el mundo de las motos y tuve la oportunidad de conocer otros países, lo que en aquellos años era muy difícil por el alto coste de los viajes.

Tengo que destacar lo bien que lo pasé con mi pandilla jugando en la calle y haciendo las clásicas travesuras por la zona de San Cristóbal, que en aquellos años eran todo huertas y montes. También disfruté de las fiestas de los barrios de la ciudad, como las de San Luis, A Gaiteira, Eirís, Palavea y Monelos, a cuyo cine íbamos los domingos cuando teníamos dinero para coger entradas de gallinero, donde siempre me acordaré de las pulgas que había y de cuando subía el acomodador al terminar la película para echar el famoso insecticida ZZ con una bomba de mano que mataba a todos los bichos que hubiera allí.

Los veranos toda la pandilla nos pasábamos los días libres en las playas de Lazareto, las Cañas y Santa Cristina, a donde unas veces llegábamos andando y otras enganchados en los vagones del tren o en el viejo tranvía Siboney. En la actualidad, ya jubilado, me reúno con frecuencia con mis amigos de toda la vida.