Creo que nadie duda de que la obra de García Gutiérrez en que se basa la ópera Il trovatore es un dramón. Pero, aunque la palabra tiene un habitual significado peyorativo, el Diccionario de la Real Academia Española la define como "drama de tintes muy cargados". Y esos cargados tintes fueron los que inspiraron a Verdi para componer una de las óperas que se mantienen con mayor solidez en el repertorio universal, desde el enorme éxito de su estreno. No es la verosimilitud lo que caracteriza el teatro lírico sino la fuerza de unas situaciones que permiten al compositor escribir una excelente música. Que es el caso de esta admirable partitura, colmada de belleza y también de dificultad. Caruso decía que para esta ópera solo se necesitaban los cuatro mejores cantantes del mundo; pero podría haber añadido el requerimiento de unos coros, una orquesta y una dirección musical de primer nivel. Teniendo esto en cuenta, la representación coruñesa ha alcanzado una alta categoría artística. En un espectáculo tan complejo como es la ópera, resulta muy difícil que todos los elementos lleguen a la excelencia; pero hubo actuaciones y momentos en que se llegó a tales alturas. Para empezar, una orquesta extraordinaria que -lamento repetirme- como orquesta de foso no tiene rival en España. La directora canadiense realizó un trabajo estimable aunque se produjeron algunos desajustes puntuales y, en general, no es una batuta de arrebatada inspiración. Excelente escena de Pontiggia. Decorados simples, con módulos móviles de carácter multifuncional (sirvieron para los cuatro actos); de buen gusto, en términos generales. Lo más discutible, la gran cruz de Lorena diagonal, en la escena del convento y, sin duda, el extraño espectáculo de los herreros, en el célebre coro, golpeando con sus mazos un enxebre y modesto carro del país que, sobre ser vejado de modo tan injusto e inmisericorde, producía sonidos metálicos; todo lo cual resulta, por lo menos, insólito. El público se manifestó con un entusiasmo extraordinario, tal vez un poco desmedido e igualitario; pero la ópera despierta esas pasiones. Célà son moindre défaut, que diría el genial Lafontaine. El más alto nivel se alcanzó con la actuación de la orquesta y los cantantes Marianne Cornetti, Gregory Kunde y Dimitri Ulyanov; los tres rayaron en la eminencia por calidad vocal y capacidad de convicción dramática. Tras ellos, el Coro Gaos -con momentos notabilísimos, dada la dificultad de la parte-, Ángela Meade -irregular, pero con pasajes de mérito- y Juan José Rodríguez, barítono de noble timbre y soberbios agudos, aunque con ciertas asperezas en la emisión. Los cantantes secundarios cumplieron.