Mladen Kurajica fue uno de esos niños que llegaron aquel 30 de noviembre de 1992 a A Coruña. Vino en el avión con su madre y era la segunda vez que cambiaba de país para vivir como refugiado. Cuando llegó a la ciudad, ya llevaba en su mochila, un año de estancia en Macedonia. Su padre, un jugador de ajedrez profesional, no estaba con ellos, vivían entre Dubái y Sarajevo y, cuando estalló la guerra, estaba lejos de su familia y no podía volver, "por el tema de los alistamientos", así que, su reunificación fue en A Coruña. Estuvieron en la ciudad nueve meses, hasta que su padre consiguió una oferta de trabajo como entrenador en Tenerife y, entonces, se marcharon.

De su etapa en A Coruña, Kurajica se acuerda de que iba al colegio Calvo Sotelo, donde ahora la Diputación prevé dar acogida a familias de refugiados sirios, "cerca del estadio de Riazor", y de que, al llegar, de español no sabía más que dos palabras. "No fue muy difícil para nosotros adaptarnos, quitando toda esta experiencia de la guerra y de tener que largarte de tu país. Estaban las monjas y el trato fue muy bueno y muy cálido", explica Mladen Kurajica, que ahora toca en un grupo, GAF y la Estrella de la Muerte.

Asegura que su experiencia como refugiado fue muy buena, porque le permitió tener una oportunidad. "Cuando se trata de personas que se van porque sus vidas corren peligro, hay que ayudar, aunque creo que no es suficiente con la acogida. Hay que ir a la raíz del problema y no ser tan hipócrita y hacer todo lo posible para que la gente no tenga que pasar por esta miseria. Nadie quiere salir de su país porque sí. Nadie quiere dejar su hogar ni sus costumbres", denuncia Kurajica, que reivindica que, como a él, se le dé a las personas que están sufriendo las guerras, "una oportunidad de empezar de cero".