Nací y me crié en la calle de Adelaida Muro, frente al Asilo de Ancianos. Mi familia la formaban mis padres, Jesús y Carmen; mis hermanos Gerardo y Julio; y mis abuelos Mercedes y Jesús, este último conocido por Josito el pintor, ya que fue profesor de dibujo en el Instituto Masculino.

Mi primer colegio fue el conocido como del caramelo, situado en mi calle y del que recuerdo que la directora se llamaba Josefa Caramelo, que también tenía una pequeña tienda de ultramarinos que atendía su marido y a la que iban a comprar todos los vecinos de la calle. En este colegio estuve hasta que cumplí los siete años, tras lo que pasé al Masculino, donde hice el bachiller. Al terminarlo me fui a Santiago a estudiar Económicas, lo que me permitió después trabajar en la banca, en la que desarrollé toda mi vida profesional.

Recuerdo que cuando aún estaba en Santiago vinieron a la facultad de un banco a pedir licenciados en Económicas para trabajar en la entidad, lo que para nosotros fue como un milagro, ya que así pudimos ayudar a la economía familiar, puesto que en mi caso se sacrificaron mucho para que yo estudiase. De este modo pasé de no tener ni un duro a cobrar un sueldo y creerme el rey del mambo y salir con la pandilla con unos duros para poder gastar.

Mis primeros amigos, que fueron los más íntimos, son los de la calle en la que viví, como Fernando, Joselín, Javier, Carou y Chato, con quienes lo pasé muy bien jugando en las calles del Corralón, el Matadero y en el antiguo secadero de pieles, sobre todo a la pelota, que me gustaba tanto que a los doce años fiché por la Unión Sportiva de Santa Lucía, aunque luego pasé al equipo Los Mallos, recién creado por el dueño de la librería Gonda. Más tarde pasé por el Ural y, ya en juveniles, fiché por el Sporting Ciudad cuando estaba de presidente Lucho Barros. Guardo muchos recuerdos y amigos de aquellos años, en los que con el Ural participé en campeonatos de Galicia y de España, en los que quedamos terceros tras jugar con el Madrid y el Barcelona.

Como no teníamos ni un duro, cuando me daban dinero para ir al instituto en tranvía o trolebús, la mayoría de los días iba andando para quedármelo y así poder ir al cine, alquilar bicicletas o gastarlo en tebeos o chucherías. Uno de los cines que más nos gustaba era el Hércules, en cuyas sesiones infantiles nos conocíamos todos. Siempre íbamos a las localidades más baratas, conocidas como el gallinero y por las butacas de las pulgas, ya que todos los días cuando se acababa la función subía el acomodador Chousa y echaba el famoso insecticida ZZ.

Nuestras playas preferidas eran el Orzán y el Matadero, aunque en esta última nos bañamos muchas veces con el agua manchada de sangre y en algunas ocasiones vimos flotando cabezas de vacas. En el Orzán teníamos como punto de reunión la peña del Can, donde me bañaba pese a que nunca llegué a aprender a nada, aunque nunca le tuve miedo al agua y a torear las olas.

En la temporada de fiestas las recorríamos todas, así como bailes y discotecas como el Cassely, Rigbabá, Playa Club y Golden Fish. Esa etapa de mi vida se acabó cuando marché a estudiar a Santiago, donde tuve como compañeros a Antonio Suárez, José Ramón Díaz y Claudio.

Los fines de semana aprovechaba para venir a la ciudad y reunirme con mi pandilla hasta que después de terminar los estudios entré en el Banco de Bilbao como auxiliar administrativo, tras lo que fui director de sucursales en Canarias, León, Salamanca, Ávila y Valladolid. Finalmente fue director provincial en A Coruña y me casé y tuve tres hijos: Nelly, que es psicóloga, mientras que Lara es economista y Víctor es campeón gallego de natación.