Nací en el antiguo Hospital Militar y me crié en las Casas de Franco, donde viví con mis padres, Manuel y Carmen. Mi infancia fue igual que la de todos los miembros de mi pandilla, que teníamos la suerte de que los alrededores de nuestro barrio eran entonces casi todo monte y huertas, por lo que había sitio para jugar a las chapas, las bolas, la bujaina y el che, así como la pelota, que era el juego que más gustaba a los chavales.

Para hacer los partidos nos íbamos a un pequeño parque de nuestro grupo de viviendas, ya que era el único lugar llano. Mi primer y único colegio fue el Hogar de Santa Margarita, donde estudié hasta los catorce años, edad a la que me puse a trabajar en Emesa, una empresa de metalurgia en la que trabajaba mi padre.

Mis amigos de la infancia, que fueron los de toda la vida, fueron los hermanos Carlos, José y Necho, Gorecho, Quico, Milucho, Molina y Petrobelle, con quienes formé una pandilla en la que me conocían por Manolo el víbora, por lo que tengo un gran recuerdo de aquellos años y de los juegos y aventuras en pandilla. Recuerdo cuando empezaron a asfaltar las pistas de O Ventorrillo, ya que las empezamos a utilizar para hacer competiciones con carritos de madera entre las pandillas del barrio.

Cuando llegaba San Juan subíamos hasta el monte de San Pedro y cogíamos allí algunos de los postes que cubrían con brea y dejaban a secar, ya que montábamos con ellos un gran hoguera. Cuando nos hicimos jovencitos empezamos a ir a las playas más próximas, como la de Riazor, donde como muchos aprendí a nadar en las rocas conocidas como el Cagallón. Recuerdo que como flotador tenía un viejo neumático de coche, aunque mis amigos me lo quitaron y me tiraron al agua, por lo que tuve que mantenerme a flote a base de darle a los brazos. También solía ir a pasar muchos días en verano al pueblo de mi padre, Corme, junto con la familia.

Las fiestas tuvieron una parte importante en nuestras diversiones, ya que acudíamos a todas las que podíamos, así como a los bailes situados en las afueras, como las salas El Moderno, en Sada, y el Rey Brigo, en Betanzos. El problema es que para volver, como solo había un bus, si lo perdíamos teníamos que volver andando y alguna vez nos quedamos a dormir en pajares de casas que había cerca de la carretera.

Al empezar a trabajar a los catorce años se me acabó parte de esa libertad, aunque seguí viendo a mis amigos los fines de semana, en los que bajábamos a pasear por la calle Real y las de los vinos, por las que recorríamos números bares y cafeterías. Solíamos ir muchas veces al local Lord Byron, situado en lo que fue el cine Ciudad, en la Ciudad Vieja, por lo que conservaba la pantalla y la máquina de proyectar, de forma que echaban películas mientras tomaba sus consumiciones o bailaba.

Desde niño siempre me gustó el fútbol, por lo que a los trece años entré en el equipo Finisterre, en el que estuve hasta que pude ingresar en Orzán, donde pasé dos años, ya que como los entrenamientos me robaban mucho tiempo, dejé el fútbol federado y me pasé al de peñas, en el que estuve en Los Leones de San Amaro y La Parafita. Tuve que dejar esta afición muchos años más tarde a causa de una lesión grave, aunque durante esa etapa lo pasé muy bien e hice grandes amigos. Uno de mis mejores recuerdos fue cuando jugué la Copa de La Coruña con el Finisterre en el estadio de Riazor, ya que, aunque quedamos eliminados, jugar en aquel campo fue la mayor satisfacción para nosotros.

Tengo que dedicar también un recuerdo a mis queridos y desaparecidos cines de barrio, como el Finisterre, Rex, España, Doré y Equitativa, donde lo pasé muy bien viendo aquellas viejas películas infantiles de vaqueros, piratas y romanos, cuyos argumentos luego imitábamos con nuestros juegos en la calle. También me acuerdo del quiosco de don José María en el barrio, donde comprábamos las pipas y otras chucherías. En la actualidad sigo reuniéndome con mis amigos de la infancia y voy a pescar a la zona de O Portiño, así como a disfrutar de la familia con mis hijos José David y Cristian.