Al finalizar Metamorfosis, de Strauss, el director bajó poco a poco los brazos a fin de demorar tanto el sutil pianísimo con que remata la partitura como el posterior silencio que parece darle continuidad sonora. Y el público supo dar la adecuada respuesta con un mutismo expectante que se prolongó más allá del etéreo acorde conclusivo. Fue la demostración de la elocuencia que puede alcanzar el silencio antes de que se produzcan los aplausos. Gran versión de una obra de alta dificultad para los veintitrés arcos que han de tocar manteniendo la tensión del fluir sonoro con volúmenes muy reducidos y con un número limitado de ejecutantes, que han de ser verdaderos solistas; tal es la exigencia de la compleja partitura. El concierto de Beethoven se planteó de modo más intimista que heroico. Perianes fue fiel a sí mismo porque sus cualidades más sobresalientes se hallan en la delicadeza, el toque sutil, el acariciar las teclas para producir sonoridades cristalinas. Por eso, el gran momento interpretativo se alcanzó en el precioso Andante con moto. Es verdad que hubo quien echó de menos una mayor variedad tímbrica, un Beethoven más contrastado; pero esta versión no deja de ser una elección válida, una lectura distinta, no exenta de interés. Abrió el concierto una notable partitura contemporánea, del año 2011: Tres Interludios, de Benet Casablancas. Al público le gustó la obra, muy bien orquestada, de original y grata armonía, y aplaudió con intensidad al compositor, presente en la sala, quien agradeció la cálida acogida saludando desde el escenario.