Cuestiones previas. Algunos aficionados han manifestado su contrariedad por la ensordecedora grabación que recuerda la necesidad de desconectar los teléfonos móviles y también que está prohibido realizar fotografías; poco trabajo cuesta ajustarla a un volumen razonable. Ha sorprendido también que, por dos veces en lo que va de temporada (cuatro conciertos), se hayan producido dos sustituciones de obras: en el anterior acto musical, se fue al limbo la maravillosa e inhabitual Dafnis y Cloe, de Ravel, y se tocó en su lugar la discreta Carmen-Suite, de Schedrin. Y en este que se comenta, se perdió la Cuarta Sinfonía de Schubert que fue reemplazada por la más manida -aunque soberbia- Tercera de Beethoven. Hay que felicitarse, en cambio, por volver a disponer de programas de mano, aunque sería deseable que la sección de violonchelos figurase, como ha venido siendo habitual, en la plantilla de la orquesta. Magnífica versión del poema sinfónico de Sibelius, obra magnífica, evocadora. El director venezolano la llevó con acierto, mediante una gesticulación rica y llena de energía. Pareció menos afortunado en la tarea concertadora; y fue una lástima, porque el joven violonchelista canadiense obtiene una bellísima sonoridad del formidable instrumento construido por Gioffredo Cappa en 1696. El público valoró su capacidad para el canto, el fraseo ligado y una refinada regulación dinámica, no siempre bien secundada por la batuta que tiene tendencia a desencadenar volúmenes desmesurados. Un bis: Estudio nº 7, de Jean-Pierre Duport. La intensa y entusiasta versión de la Heroica mostró las mejores cualidades del joven Payaré a quien tan sólo parece hacer falta esa madurez que da la experiencia. El camino recorrido es altamente halagüeño.