La contextualizada mención al aeropuerto de Castellón por el alcalde Ferreiro en el Ritz madrileño ha levantado una interesada polvareda. Una opaca cortina que vela el principal argumento de esa alocución. La colosal deuda de 300 millones que lastra al Puerto y obliga a la venta de los muelles, no para financiar Langosteira, sino para ir saliendo del mal paso, es una losa que el Gobierno no ha impuesto a ninguna otra ciudad.

Ferreiro cuestionó en Madrid que los coruñeses tengan que pagar el puerto exterior en vez del Estado, que financia al cien por cien todos las demás infraestructuras portuarias en marcha en el país. El puerto exterior coruñés es el único en España que está obligado a cargar con buena parte de la factura. ¿Por qué? Por el pecado original de su nacimiento.

La ocurrencia del puerto exterior, surgida al hilo de la catástrofe del Prestige con la excusa de construir un puerto refugio para petroleros en apuros, estuvo indisolublemente ligada desde al principio a un gran pelotazo urbanístico en el puerto interior. Corrían los tiempos de oro de la política del ladrillo y algunos los ojos se les convirtieron en cajas registradoras pensando en el fabuloso negocio de un Puerto Banús coruñés.

La ocurrencia, transformada en urgente iniciativa por el extraño tándem de dos Pacos -el exsocialista Vázquez, apóstol del hormigón y el expepero Cascos, ministro en apuros por la marea de chapapote-, se topó con la reticencia de los técnicos de Puertos del Estado. Es el peor enclave para un puerto, costará una fortuna, advertían. El tándem Vázquez-Cascos, con la anuencia de los entonces gestores del Puerto coruñés, pusieron toda la carne en el asador. Como las reticencias no aflojaban, envidaron un órdago: lo pagamos en A Coruña. Y presentaron un presupuesto irreal. Con la venta de los muelles aún nos sobra, pensaron.

Vale, dijeron en Madrid. Los 429 millones de coste inicial ya van por 800, sin contar los 130 de una imprescindible conexión ferroviaria que nadie quiere pagar. El estallido de la burbuja inmobiliaria acabó por rebajar el gran diseño financiero al rango del cuento de la lechera. A la hora de pagar los platos rotos, Fomento se remite siempre al pecado original de Langosteira: es vuestro puerto, no el nuestro.

El alcalde coruñés planteó en Madrid que no se puede castigar a toda una ciudad por la irresponsabilidad de unos pocos. Y reiteró al Gobierno su petición de que incluya en los presupuestos una partida significativa para el tren a Langosteria. Un puerto sin tren es inconcebible.

Pero algunos se rasgaron las vestiduras porque mentó el aeropuerto de Castellón. Otro hijo putativo de la especulación. Hay que reconocer sin embargo que en algo no se parece en nada a Langosteira: su mentor está en la cárcel.