Cuasi-monográfico de Sibelius en el 150 aniversario de su nacimiento. Pudo haber sido un monográfico completo y coherente sin el injerto del concierto para violonchelo, de Lindberg, si se hubiese sustituido éste por otro de los preciosos poemas sinfónicos del compositor finés. Distinta cosa es que para algunos aficionados sea "demasiado Sibelius". Uno de ellos, persona inteligente y conocida en la ciudad, decía a la salida con gracioso sarcasmo: "Hombre, estamos en el ciento cincuenta aniversario de Sibelius, ¿cuándo van a tocar algo suyo?" En todo caso, hay que reconocer que tanto el hermoso poema sinfónico Las Oceánidas como las dos sinfonías interpretadas, y el Vals triste, opus 44 nº 1, ofrecido como bis, son bella música, excelente música. Hubiéramos podido sobrevivir sin el concierto de Lindberg (perteneciente a un estilo que él mismo define como nuevo modernismo clásico) y sin el bis, brevísimo (destacable virtud que no puede predicarse de la extensa obra concertante), que ofreció el violonchelista en admirables versiones, muy bien secundado por la orquesta. Ésta estuvo espléndida, dirigida por su titular, siempre acertado en los repertorios ruso y finés. El comienzo del Vals triste fue uno de los momentos más bellos del concierto, con unos maravillosos pianismos de los arcos. En el tramo final de la obra, de pronto se produjo un tremendo accellerando que a duras penas pudo seguir la orquesta. No seré yo quien diga cómo ha de hacerse esta preciosa música de Sibelius; y mucho menos a un especialista como Dima Slobodeniouk, que lleva gran parte de su vida en Finlandia. Sin embargo un contraste tan violento se aleja de la gran tradición interpretativa de la partitura que en efecto establece un cambio de tempo importante en el pasaje (indicación del compositor: Più risoluto e mosso), pero sin alcanzar la velocidad de esta versión. Al concluir, orquesta y director fueron aclamados.