El concierto que la Banda Municipal ofreció el domingo pasado tuvo carácter excepcional por, al menos, tres razones. La primera, porque se interpretó un programa muy bien estructurado que incluía compositores de primerísimo nivel; la segunda, porque las obras, de muy alta dificultad, fueron resueltas con rara perfección y espléndida sonoridad. En la primera parte, los grupos reducidos permitieron apreciar la extraordinaria profesionalidad de los primeros atriles de la agrupación. Los compositores, figuraban entre lo más granado de la pasada centuria: Farkas, Milhaud y Hindemith. El Septeto para vientos de este último es una verdadera obra maestra que culmina con un movimiento en forma de triple fuga. Se podrá argüir que estas primeras partes son difíciles a causa de lo avanzado del lenguaje y su complejidad técnica; pero, por una parte, demuestran el alto nivel artístico de la Banda y también el de nuestro público que siguió el concierto sin una interrupción entre movimientos, con admirable actitud; y, por otra, que la segunda parte contrapesa la primera con una música más asequible, grata y popular, lo cual no quiere decir que carezca de calidad. Se dedicó al pasodoble torero, género típicamente español. Tercio de quites, de Talens (ofrecido, además, como bis), une su grata escucha a un nivel musical notable. El de Pan y Toros, de Barbieri, aunque es un pasacalle, participa del ritmo del pasodoble (metro de dos por cuatro) y la obra, aparte de su alta calidad, se refiere de modo inequívoco al elemento taurino. Un auténtico descubrimiento fue la suite del ballet Belmonte, de Santos; obra de dificultad límite, insólita por el tema tratado dentro del arte coreográfico, y servida en una versión excepcional. Y esta es la tercera razón que nos quedaba por relacionar.