La supresión de la simbología franquista del callejero de la ciudad no es más que el cumplimiento de la ley de memoria histórica, asignatura pendiente del Ayuntamiento de A Coruña desde que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero la sacó adelante en octubre de 2007. Desde entonces hasta ahora, y han pasado ocho años, los gestos del Ayuntamiento en el acatamiento de esta ley fueron la aprobación, por la Corporación local en septiembre de 2009, de la retirada de honores a protagonistas de la sublevación militar y el derribo de la estatua de Millán Astray, más aprovechando la oportunidad que ofrecía la reforma integral de la plaza que el imperativo que emanaba del acuerdo del pleno municipal.

El Gobierno local de coalición de PSOE, que había impulsado la ley en el Ejecutivo central, y BNG constituyó una comisión de expertos que elevó su propuesta al pleno para la adaptación a la ley de memoria histórica. Pero le faltó decisión para hacer cumplir la parte más visible de la resolución municipal, el cambio del callejero, por la esperanza de los socialistas de retener su voto más conservador, que habían logrado captar con Francisco Vázquez.

El popular Carlos Negreira, que se refirió a Millán Astray como "coruñés de pro, de toda la vida", esquivó durante su mandato el cumplimiento de esta ley, con el único argumento de que no lo consideraba prioritario y que rechazaba "politizar el pasado". Ha sido el Gobierno local de Marea Atlántica, con el apoyo de todos los grupos menos el PP, el que ha dado el paso de suprimir del callejero las referencias fascistas, en octubre con la plaza de Millán Astray -ahora de As Atochas-, ayer con la calle General Mola -ahora Álvaro Cebreiro-, este mes con Juan Canalejo -recuperará el nombre de Socorro- y en breve con la plaza de los Caídos -rebautizada como de la Concordia -.

No se trata de revisar el pasado ni de reescribir la historia, sino de conocerla para evitar que lo peor de ella se repita. Retirar del callejero a los golpistas no borra la historia, que seguirá estando en los libros, en los museos, en la memoria común... al alcance de todos para que la conozcamos, la recordemos y la entendamos. El simple acto de descolgar una placa implica retirar un homenaje y un honor a quien en vida no hizo nada por merecerlo. Porque la ciudad, al dedicar una calle o una plaza, honra a sus buenos ciudadanos. Y estos homenajes sobraban.