A sus 103 años, a María Luisa Posse Ucha lo que más pena le da de la actualidad es que los niños pasen hambre y los jóvenes no tengan trabajo para poder darles de comer caliente todos los días. Eso, y no poder viajar, conocer mundo, como cuando era joven. Porque Marisa -como la llaman sus allegados y en la residencia de mayores San Yago, en la que vive desde hace cinco años- se fue muy joven a Inglaterra. Ayer, un día antes de cumplir 103 años, celebró junto a su familia y sus amigos su fiesta de cumpleaños.

"Había un cónsul que quería a una chica que supiese hablar español para que hiciese de traductora. Al principio mucho inglés no sabía, pero lo intuía y me fui", explica Marisa, que se confiesa "un poco presumida". De su etapa en Reino Unido le quedan grabados en la memoria los paisajes y los castillos en los que vivió, todas las cosas que pudieron ver sus ojos tan lejos de casa. Nació en Pontevedra, en 1912, porque su padre era militar y estaba allí destinado. Cuando era todavía "pequeñita", fue trasladado a A Coruña y la familia se mudó a la calle Damas.

Recorriendo los castillos de Inglaterra se pasó unos seis años y vio Manchester, Londres y la campiña y siguió aprendiendo el idioma para mejorar en su trabajo de traductora. Ahora dice que casi se le ha olvidado todo, aunque habla con sus sobrinos. "Tengo uno de ocho años que dice todo en inglés", sonríe.

Después volvió a A Coruña y trabajó en el sanatorio de Oza. "¿Qué hacía? Estar en la playa y jugar con las niñas", resume. Era como una monitora de la época para las jóvenes que acudían a las colonias en verano. Ocho mujeres tenían a su cargo a 25 niñas y jugaban "a las raquetas", se bañaban en el mar y leían. Durante otra época, se dedicó a estar con los niños que estaban en el hospital esperando a ser adoptados.

Leer es un hábito que Marisa conserva; coge el periódico todos los días y se entera de lo que pasa en la ciudad. Y sin gafas, porque a sus 103 años, todavía no las necesita.

"La política no me interesa, mi padre era militar, pero no fue a la guerra, estaba en las oficinas, y pudo tener un cargo importante con Franco porque estuvo con él en Marruecos, pero no quiso, porque sabía que podía hacer mucho mal y quería dormir tranquilo", explica.

Hablar de su padre la lleva siempre a la memoria de su hermano mayor. "Mi padre quería que fuese militar, como él, pero él siempre le decía lo mismo, que la carrera militar no le gustaba, que quería ser médico y especializarse en cirugía", recuerda Marisa. No le dio tiempo, enfermó, se moría y él lo sabía, así que durante todo este tiempo Marisa ha guardado una carta que le escribió a su familia pidiéndole que no le olvidase. Estaba en cuarto de carrera, a un paso de cumplir su sueño.

Dos de sus hermanas también se murieron antes de cumplir los treinta años, ambas se casaron con el mismo hombre, que enviudó de las dos al poco tiempo de celebrar la boda.

Marisa nunca se casó y no porque no tuviese oportunidad de hacerlo, sino porque, cuenta, se le presentó en una mala época. "Yo no tenía una locura por casarme y eso que el chico era bueno, pero cuando iba a venir su madre a mi casa para hablar con mis padres, le dije que mejor que no", rememora Marisa, que se define, entre risas, como "solterona" y esboza una sonrisa traviesa cuando se le pregunta si esa es la clave para durar tantos años y tener la cabeza intacta. Dice que no, que ella es "de poquito comer" y de cuidarse, aunque eso sí, asegura que le encanta dormir.

Se sorprende cuando sale de las paredes de la residencia y mira la ciudad, porque asegura que ha cambiado "muchísimo", casi todo, menos la Ciudad Vieja, a la que recuerda casi igual a como está y a la que sigue llamando simplemente "La Ciudad".