Nací en la localidad de El Entrego, en el municipio asturiano de San Martín del Rey Aurelio, aunque como vine con mis padres a vivir aquí siendo un niño, me considero un coruñés más. Mis padres, Benito y Pilar, habían venido ya varias veces a la ciudad, donde él, que había sido minero en la cuenca del Nalón y viajante de relojería, decidió montar su propio establecimiento en la calle Mariana Pineda, llamado Bepibe.

Al llegar a la ciudad nos instalamos en la calle del Borrallón y mis padres me enviaron a la academia Vidal, del conocido profesor don Rafael, en la calle de la Paz, donde hice los estudios de grado medio y tuve como compañero de pupitre a Carlos Muiños. A los dieciséis años me puse a trabajar con mi padre en su taller para aprender el oficio de relojero, una profesión muy difícil pero con mucho trabajo, ya que en aquella época todos los relojes eran mecánicos y necesitaban limpieza o la reparación de la cuerda, que se rompía muchas veces.

A partir de los años sesenta comenzaron a llegar los primeros relojes digitales japoneses, que llenaron los mercados de todo el mundo y acabaron por desbancar a los clásicos, de los que siempre se preguntaba cuántos rubíes tenían en la maquinaria, ya que cuántos más tuvieran más precisión tendría el reloj.

Gracias a las lecciones de mi padre pude aprender el mundo de la reparación de relojes, ya que él fue un conocido experto en la ciudad y me enviaba a buscar piezas y repuestos a un almacén llamado Industrias Cyr, situado en General Sanjurjo. Acabé por llevar yo la relojería y ser uno de los fundadores del Gremio de Relojeros, que se fusionó con el de los Joyeros y ahora estoy a punto de cerrar el establecimiento por mi jubilación.

Nada más llegar a la ciudad hice mis primeros amigos en la calle, como Manolo Lema, Fernando Eiroa y Paco Méndez el carnicero. En aquellos años comenzaron a cambiar las calles de nuestro barrio, en las que empezaron a construirse nuevos edificios que sustituyeron a los campos y huertas que abundaban por la zona, lo que hizo que perdiéramos la libertad que teníamos para jugar sin ninguna preocupación. Hasta entonces las fiestas de Os Mallos se hacían en el campo de la Peña, que desapareció al construirse la ronda de Outeiro y la avenida de Arteixo.

Tengo un gran recuerdo de los campeonatos de futbolín que hacíamos la pandilla en el bodegón de la señora Dorinda, en la calle Francisco Catoira, y en los bajos de la antigua librería Gonda. También me acuerdo de las sesiones de cine que veíamos en las salas Monelos, España, Doré y Gaiteira. Para ir a ese último pasábamos por el puente sobre las vías del tren de la antigua estación del Norte, que vi quemarse con el incendio que la destruyó.

Otro de mis recuerdos son los trolebuses de dos pisos, en los que siempre queríamos ir en el de arriba. Cuando bajábamos al centro paseábamos por la calle Real, los Cantones y las calles de los vinos. También íbamos a los bailes de la ciudad y a los de las afueras, aunque la verdad es que el baile no era lo mío, pero como le gustaba a mi pandilla, tenía que hacer de tripas corazón. Cuando venía Franco bajábamos hasta el muelle del Náutico para intentar verle y observar los coches y motos de su escolta y el yate Azor, así como a presenciar las regatas de traineras.

En mi juventud comencé a practicar el atletismo, deporte en el que tuve como compañeros a Raimundo, Hornillos, Joaquín, Manolo, Quiñoá, Álvaro Someso y Gayoso. Empecé con 100 metros lisos y como era muy rápido en las salidas me llamaron el Bala Roja, ya que ese era el color de la camiseta del Club Atlético Coruñés. Recuerdo que hasta los cincuenta metros nadie era capaz de alcanzarme, pero después me pasaban, lo que me descorazonaba, ya que era debido a mi baja estatura, puesto que mis compañeros eran más altos y tenían una zancada mayor.

Empecé a correr en el club Aguia y después en el Deportivo, del que pasé al Atlético Coruñés, hoy en día Riazor Coruña, en el que al ver que no podía hacer nada en el terreno deportivo me convertí en entrenador. En esos años participé en los Juegos Sindicales en Madrid y en otras ciudades, además de en fiestas del deporte y el atletismo que se celebraron en aquella época. también fui monitor en los colegios Ángel de la Guarda, Videlba y Aspronaga.

Acabé siendo directivo de la Federación Gallega de Atletismo hasta el año 2000, en el que dejé los cargos, aunque sigo colaborando y soy uno de los miembros más antiguos. También fui entrenador de peñas de fútbol sala como Conde Duque y Camarga, con las que jugábamos en el pabellón deportivo situado junto a las cocheras de la Compañía de Tranvías, junto a los Escolapios.